17. «El fuego inolvidable»
Él murió en su cama tranquilo, rodeado de toda la familia en su grandiosa mansión.
Yo me retorcí entre terribles dolores durante horas agonizando, sola, a excepción del minúsculo embrión que me llevé conmigo a ese viaje de ultratumba.
Mis últimos segundos los dediqué a lanzar una contundente maldición.
No llegué a entender el sentido de la vida, pero aprendí que el dolor puede acompañarte en todas sus facetas mientras observas la rara justicia de los hombres inclinándose peligrosamente…
Mi captor prosperó, celebró y navegó una existencia plena, plácida y reconocida.
Me lo encontré en el infierno al que yo misma le había arrastrado, pero no lo ataqué de pronto. Preferí ver cómo iba desarrollando sus artes para sobrevivir esa infinitud oscura. Y me sorprendió gratamente comprobar que, sin toda la parafernalia de la estructura del poder, del ejército y de sus secuaces no era más que un diablillo bisoño y torpe en sus primeros pasos hacia el mal no normativo.
Se lo comerían vivo… Y yo estaría allí para contarlo.
Pero me trasladaron al cielo, arrebatándome todo. Y seguí sin entender nada, ya que lo único que me mantenía ahí, era la dulce, dulce venganza.
Parece que el reglamento interno del cielo e infierno se nos sigue escapando aún muertos. Me alegro por esa justicia final hacia la protagonista.
Qué original, trágico y divertido. Me encanta. Un abrazo.