86. El gatito blanco
Mamá dejó la ventana abierta. Al rato entró un gatito blanco, una bolita de algodón. Trepó hasta la cuna del niño que dormía plácido y le lamió la sonrosada mejilla. El niño despertó y extendió las manos hacia el mágico visitante. El gatito se frotó con él. Le ayudó a que le recorriera el lomo y levantó la colita cuando llegó al final.
El niño sonreía, hacía burbujas con las babas. Estaba contento. Movía las manos y los pies a la vez y en una ocasión consiguió agarrar la cabeza del gatito y se la llevó a la boca. El gatito se zafó en cuanto pudo, con todo el cariño del que era capaz. Se limpió la cara bajo la atenta mirada del niño y dando un ágil salto salió de la cuna, subió al antepecho de la ventana y desapareció por donde había venido.
El nene lo llamó sin palabras, palmeó al aire, pero el gatito no volvió. Y lloró desconsolado. Al momento aparecieron los papás. Le tomaron la temperatura y se estuvieron con él hasta que se tranquilizó. Mamá le quitó unos pelos blancos de la boca, pensó que eran del peluche.