9. El hombre del caballete (Jesús Alfonso Redondo Lavín)
Te agradezco, Agustín, que me guiaras por tus espacios bucólicos. Por pasear contigo las orillas del río donde vimos al barquero perchando contra corriente y al pescador de la boina roja mientras las nubes blancas y altas se abrían a los rayos del sol que chocaban en las copas de los chopos y en las hojas limpias de los salces; por parar a charlar con los vecinos junto al inmenso álamo blanco camino de Ambasmestas; por aquella subida a los Picos donde me mostraste la luz estrellándose en los perfiles de las garmas; y cuando me llevaste al Churrón de Borleña para ver caer rizos de algodón de agua; y también cuando vimos a la muchacha que sacaba agua del pozo bajo la cagiga preñada de primavera y cuando en el alto de Lunada me señalaste las hayas luchando verticales sobre la ladera inclinada del puerto.
Escaleras abajo del Museo pensé que Riancho finalmente salvó su dignidad de artista menospreciada en las ferias de ganado, para conseguir unos pocos reales, vendiendo sus cuadros a algún veterinario que lo colgaría en su casa frente al repujado plateado de la última cena que alguien regalase al albéitar el día de su boda.
Además de artista, esta persona saber ser agradecida a quien, a modo de guía, le mostró paisajes y escenas dignas de ser plasmadas en cuadros. Con su descripción y sus palabras, que son las tuyas, nos hacemos eco, además, del legado de una época reciente y de una tierra norteña que sigue siendo igual de maravillosa. Hoy he sabido que albéitar es sinónimo de veterinario. Con tus historias se aprende y se disfruta.
Un abrazo, Jesús
Tengo un sentimiento de ternura por este pintor cántabro, un hombre humilde del pueblo, y de vez en cuando paseo por sus paisajes. No lo tuvo fácil pero al final sus cuadros están en los museos.
Debe ser este maldito virus que trastorna la sesera y la paciencia pero, desde el momento en que me puse a leer tu relato, identifiqué el caballete del título con una cariñosa referencia a caballos de tu amigo Agustín y todos esos paisajes que comentas los tomé como guía turística de esos territorios tan reclamados de tu infancia y que pasan por tus narraciones, mes tras mes , como documental instructivo de una Cantabria idílica. La luz vino, como ocurre en las novelas de intriga, al final de la narración. Introduces el albéitar, el veterinario y el dinero en la venta de los cuadros. En ese momento se me fue el romanticismo del paisaje. Siempre compruebo que el dinero y su realidad rompe y degrada el encanto del arte.
La vida de Riancho fue una lucha contra y con la pobreza. Su obra, por ejemplo la que esta expuesta en el museo de bellas artes de Santander, sufre un grave deterioro debido a los pobres materiales que utilizaba, casi todos hechos desde polvo de piedras y extractos vegetales por sus propias manos. Por ello casi mendigaba por las ferias de ganado con sus cuadros.
Que hayas dicho Agustín y hables de pesca ya merecía todos mis respetos, luego, al seguir leyendo, la descripción sublime de los paisajes con su variedad botánica en arboleda y el final sobresaliente del pintor, tal vez por descubrír.
Todos los elementos utilizados por ti, me han llevado, de paso, a un escenario entrañable.
Brindo por ti y tus letras.
Buenas noches Jesús.
Gracias por tu comentario. Mercedes. Te contaré que cuando compré un piso en mi pueblo de Cantabria, le pedí al constructor que abriese en el muro del salón dos ventanas más. Ya tenía dos desde las que podía ver la peña Cabarga y el estuario del rio Miera. Cuando terminó de abrirme el muro y colocar los dos ventanales me llamó por teléfono a Madrid, donde resido, diciéndome que ya me había abierto los dos «Rianchos». Aquel comentario me hizo conocer a este pintor y su obra y efectivamente estas dos nuevas ventanas se abren a un paisaje muy de los pintados por Agustín Riancho.