73. El hombre menguante
Mi preciosa hija se convirtió en mujer de un día para otro. O quizá es que yo me di cuenta al ver cómo miraba a ese afamado marinero cuando le dedicó un guiño. Me juré que no sería una de sus sirenas varadas en tierra y lo amenacé de muerte si no desaparecía rumbo a nuevos destinos.
-No, mujer, no llores -trataba de consolarla.- No hay hombre que merezca tanto penar.
Pero el mal ya estaba hecho pues, por dentro, esos ojos azules sin puerto le retenían la vida. Semanas pasó esperando avistar su barco. Una mañana, descalza, mi niña se fue a la mar en busca de ese ladrón de almas y se quedó danzando con las mareas. Y yo, me encojo cada día un poco, y otro poco más, con el peso de la culpa por su falta que nunca sabré llevar sin una botella por compañera.
La mitología dice que son las sirenas las que atrapan, pero algunos hombres curtidos por la mar no andan escasos de seducción. El primer amor nunca se olvida, a veces sacude tan fuerte que no es posible levantar cabeza, o sacarla del agua. La sobreprotección paterna, a la que no se le puede negar buena intención, aunque quizá también algún apego malsano y el egoísmo de quedarse solo, fue el complemento que faltaba para la tragedia.
Un lenguaje muy esmerado y oportuno para una historia de ilusiones frustradas.
Un abrazo y suerte, Carme
¡Ay, qué peligro tienen algunos seductores! Ese embrujo que la chiquilla no pudo superar…
Muchas gracias, Ángegl, por pasarte a dejar tu detallado comentario.
Un abrazo de vuelta.
Carme.