63. El hombre perfecto
Solo dos colores en su paleta: rojo y negro; el lienzo, dispuesto y blanco; la luz de la tarde diáfana y perfecta. Y así, descalza, con el pelo agarrado, playera holgada y mezclillas gastados, comenzó.
No precisó de modelos previos porque cada pincelazo provenía de un lugar más allá de la memoria. Poco a poco, con arte y método, comenzaba a surgir una figura escarlata de ese fondo azabache, como si el pincel más que pintar liberara. Las proporciones eran exactas; la simetría inaudita. El amanecer coincidió con la conclusión de la obra, y al fin la artista pudo llorar.
A veces pasaba horas enteras sentada sobre un taburete contemplando el cuadro. En esos momentos una amalgama de sentimientos la sobrecogía: júbilo, angustia, mezcla de remordimiento y añoranza, tristeza por aquello que fue y dejó de ser.
Muchos años después, cuando la casa de la pintora iba a ser rematada, un miembro de la familia encontró la vieja pintura. En ella se podía ver una figura rojiza de hombre, difuminada casi por completo, y, a lo lejos, una silueta femenina que avanzaba hacia él.
Que belleza, Héctor. Esa plasticidad del cuadro que es, a la vez, refugio de sus protagonistas. Se siente el dolor, la nostalgia y ese brochazo del reencuentro que tan bien pintas en tus letras.
Placer leerte. Felicidades.
Hola Manoli,
gracias por tus palabras, de más generosas. La posibilidad de un reencuentro crea expectativa, quizá en este caso de la buena.
Un saludo.
Hector, ritmo y fuerza en esas descripciones del momento. Suerte y saludos
Hola Calamanda,
pintar con palabras es igual de difícil que hacerlo sobre el lienzo. Y por tu comentario algo bueno ha de haber aquí.
¡Muchas gracias!
Quiero creer que el último retrato es el de un encuentro, ójala. Y también que pintar, le daba calma.
Felicidades y suerte, como dicen y digo
Hola Luisa,
es un encuentro, definitivamente que lo es. Y también totalmente de acuerdo que que pintar le produjo sosiego, pero también ansia, y otras cosas revueltas, qué se yo.
Gracias por pasarte por aquí.