03. Él (Javier Igarreta)
Tras separarse de la nave nodriza, cayó fuera de control, en la zona de materiales inertes de un vertedero. Allí mandaba con mano de hierro Leidi, chatarrera de altos vuelos. Desde el principio se encaprichó de aquel despojo caído del cielo. Lo llamó “Él”, por llamarlo algo. Pensó que, pese a su aparente inutilidad, tal vez serviría para funciones elementales y rutinarias. Se movía de forma asincopada , entre grotescos tics y desagradables chirridos. Poco a poco fue perdiendo casi todos los automatismos residuales, y su funcionamiento se volvió impredecible.
Una mañana descubrió un inquietante matiz en su rostro, ya de por sí inescrutable. Ante tan preocupante evolución, Leidi valoró tratarlo como residuo peligroso, pero finalmente decidió ponerlo en manos de los chicos del reciclaje.
Pasado el tiempo, se encontró con una conocida, asidua de la escombrera. Llevaba a su hijo en un destartalado cochecito, a todas luces tuneado con piezas de desguace. Siguiendo un impulso instintivo se acercó al niño. Gracias a sus reflejos pudo esquivar el impacto de un muelle que saltó bruscamente del carrito, esgrimiendo una herrumbrosa pátina de rencor viejo. Asustada y con cierta sensación de culpabilidad, Leidi no pudo evitar pensar en “Él”.
La tecnología puede llegar a un punto en el que hasta una creación mecánica pueda albergar sentimientos incluso, sus piezas individuales una vez recicladas.
Original e inquietante.
Un abrazo, Javier
En este caso no se puede decir que la mala leche la llevara en los genes, pero sí en las aleaciones jjj ¡suerte!
Pues sí Ángel, parece que hemos llegado a una situación un tanto preocupante. Hay mecanismos que, una vez puestos en marcha es difícil controlarlos en beneficio de todos. Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo.
Es difícil saber en qué punto de su accidentada evolución se agrió su carácter Muchas gracias por tu comentario,Ana. Un abrazo.