120. El muñeco de nieve
Se despertó con el primer rayo de sol y bajó las escaleras como lo hacía los días de excursión. En la cocina se puso de puntillas para asomarse a la ventana, pero estaba llena de vaho. Acercó su diminuta mano para descubrir que tenía el poder de hacer que se viera otra vez a través de ella. Pero en lugar de su muñeco de nieve, encontró a un ser con las cuencas de los ojos vacías, al que le habían arrancado la nariz y quitado la ropa. Ya no había una bufanda a cuadros protegiendo su cuello y los tres botones de su abrigo también habían desaparecido. Está muerto, pensó. En ese momento, entró su madre y lo vio con los ojos temblorosos ¿Qué te pasa, cariño? ¿Tienes hambre? Y le dio un beso tierno en la mejilla caliente. Pero el niño no encontró consuelo. Se quedó allí, de pie, mirando su muñeco muerto. Hasta que la ventana dejó otra vez de ser ventana, justo en el momento en que su madre abrió la tapa de la olla que había sobre el fuego, de la que emanaba un leve aroma a zanahoria.
Hermoso cuento infantil. Esta vez no terminó la mascota en el caldo, solo la nariz del amado muñeco de nieve.
Muchas gracias por tu comentario, Patricia.
Que cruda es la falta de comida, pobre niño!! Bonito cuento.
Suerte.
Besicos muchos.
Gracias por tus palabras, Nani. Es verdad que el cuento tiene un regusto amargo, pero como bien dices, la urgencia que supone tener algo que llevarte a la boca difícilmente puede tener una lectura optimista.