125. El muro
El abuelo siempre habla de Maxi, el pastor alemán que cuidaba su casa. No ha podido olvidar el día que vinieron a por él.
La abuela tenía un gato. Nino. Se escapó antes de que comenzaran las redadas, o eso le dijo su padre.
Nadie recuerda cómo empezó todo. Los medios hablaban de agresiones a personas, de perros que mordían a niños. Y los animales de compañía dejaron de serlo.
No fueron los únicos en desaparecer. El abuelo habla de la ley de vagos y maleantes, pero la abuela sigue buscando a Martín, el hombre que pedía en la puerta de la Iglesia y al que llevaba las sobras de la comida. Todavía hoy guarda en el bolso un currusco de pan y algo de fruta, por si vuelve del otro lado.
Papá y mamá son ya de la generación del muro, que asumen como un elemento del paisaje.
Nosotros tenemos el deber de saltarlo o derribarlo. Eso dice Manuel. Él es mayor y me habla en secreto de derechos y libertades. Yo solo quiero tener un perro, como el abuelo. O que la abuela pueda volver a tener un amigo y un gato.
Hola, Mar.
El muro, que buena elección simbólica (y fáctica) como elemento separador en una sociedad cada vez más global pero menos comunicada en realidad. Han caído muros, el de Berlín, cayó el telón de acero,cayó «La Gandula», luego llamada Ley de peligrosidad y rehabilitación social. Pero ahora hay alambradas y desigualdad. Martín, con su mendicidad resulta harto elocuente. Hasta que no caiga ese muro no podemos llamarnos humanos. Un texto denuncia. El candor de ese narrador o narradora le hace conformarse con cosas más pequeñas o no tanto: la amistad. A los niños se les debe concienciar cuanto antes de ciertas cuestiones con forma de muros, como hace Manuel. me encanta tu propuesta. Besos.
Un texto de rabiosa actualidad con un muro de protagonista y un niño como secundario que nos desvela el lado sensible y cuerdo de la locura.
Que haya suerte, me encanta.
Se empieza por prohibir la posesión de animales de compañía, luego desaparecen personas y terminan por poner muros. Nunca se sabe cómo empiezan esas cosas, pero siempre habrá alguien que las justifique. Malos tiempos en los que los derechos y libertades son sólo un recuerdo del que no puede hablarse en voz alta. Un relato que sacude la conciencia, que vemos demasiado cercano e inquietante, que motiva a algún tipo de reacción.
Un abrazo, Mar. Suerte
Los relatos deben de ser así, Mar. Debemos de dejarnos de relatos pasatiempos u ocurrentes. La literatura está sobre todo para gritar. Me ha gustado mucho como nos defines “generación muro”. En mi juventud cantábamos a desalambrar, hoy tenéis que gritar a desmurar. Por vuestros hijos. Tenemos.
https://www.youtube.com/watch?v=ppcqWpZUrK4
Como el abuelo del protagonista, tu texto nos habla de muchas cosas. Ojalá que no todos hicieran como esos padres que prefieren conformarse, evitando, así, problemas. Suerte, Mar. Un saludo.
Desgraciadamente vamos por ese camino en todo en nuestra vida por lo que otrora fuera un paraíso. A los hechos me puedo ir remitiendo. Me ha encantado tu relato. Y no pongamos límites a la literatura, ésta debe ser la que nos llene y haga más personas y menos ladrillos. Un gran abrazo desde Uganda, desde donde puedo hablar (y escribir) con mucha (u otra) razón.. Antonio
Mar, cuentas con habilidad la dureza de las barreras y lo que significan. Suerte y saludos