70. El paquete (Ana María Abad)
“Ponga un robot en su vida”.
La mujer contemplaba boquiabierta la etiqueta pegada en la enorme caja de madera que acababan de dejar en su puerta. Bajo la lapidaria frase, bien clarito, el nombre de su esposo. La curiosidad era tan fuerte que, finalmente, cedió al impulso y corrió a por unas tijeras para cortar las cintas que sellaban la tapa.
Los laterales se desprendieron, revelando un sofisticado robot con forma no sólo humana sino marcadamente femenina: una perfecta y preciosa mujer metálica, inmóvil y silenciosa, que le produjo un escalofrío de aprensión.
¿Tras veinte años de matrimonio, su marido iba a sustituirla por aquel engendro mecánico? Perfecta, sí, pero sin alma. La primera oleada que la inundó fue de tristeza; luego, llegó la ira: cogió una pesada maza y la emprendió a golpes con la intrusa hasta reducirla a un amasijo de metal, cables y microchips. Jadeante, miró la maza y visualizó a su marido.
Mientras, el hombre regresaba a casa después del trabajo, feliz por la sorpresa que le preparaba a su esposa por su cumpleaños: una asistenta robot que la liberase de las tareas del hogar. Estaba ansioso por averiguar cuál sería su recompensa.
Hay quien dice que el infierno está lleno de buenas intenciones, aunque para intenciones, poco sublimes, la de esta mujer, cuando mira la maza y visualiza al marido, que va a recibir una «recompensa» que nunca podrá olvidar, antes de que el infeliz llegue, siquiera, a percibir el motivo.
Escalofriante y divertido a la vez.
Un abrazo y suerte, Ana María
Gracias Ángel, como siempre tan acertado en tu comentario: no se te escapa una. Efectivamente, el pobre hombre se quedará sin saber el por qué, ya que sus intenciones no podían estar más alejadas de los temores de su suspicaz esposa.
Abrazo de vuelta.