136. EL PARTE
Al abuelo, siempre que yo recuerdo, le oía decir que desde la guerra, la abuela no había vuelto a engordar. Aquellas noches en vilo. Aproximándose el ruido de los motores. Acelerones, gritos, insultos, llantos, que parecían producirse en el mismo zaguán. Culatazos en la puertas que amedrentaban aún más. Todo volvía a disiparse en la lejanía. A la vez, se atenuaba la angustia. El silencio continuaba roto con el sollozo angustioso de las mujeres de los que se llevaba el camión. » Tu abuela se pasaba las noches llorando «. Al abuelo, no llegaron a subirle a ninguno de esos camiones. Siguió siendo consecuente con sus ideas. Prefería ir a misa los domingos, así no le tachaban de rojo. Pero salía por un lateral de la iglesia, que no daba a la plaza del pueblo. De esa manera, libraba el tener que cantar con el brazo en alto. Siempre perduró su costumbre diaria de leer » el papel «, de escuchar » el parte «. Por la noche sintonizaba » Radio Pirinaica «. Pegado al aparato, agudizando el oído. Con el tiempo la televisión, sobresaltó a los abuelos. Creyendo que retornaban a tiempos pasados. Fue al ver a aquel guardia civil pistola en mano: » Quietos todo el mundo «.