62. El plan. Paloma Hidalgo
Salió de debajo de la mesa con cuidado, sin rozar las piernas de los mayores. Una vez en la cocina se subió a una silla y cogió un vaso, necesitaba beber. En el salón alguien lloraba de nuevo, podría ser la abuela. O la tía Águeda. Bebió deprisa. Al volver, se cruzó con su padre en el pasillo, satisfecho creyó que sus ojos hinchados ya no le veían porque él también estaba muriéndose ya. Echó a correr. Tenía que darse prisa en llegar a su escondite, y acabar de comerse los cigarrillos que aún le quedaban de los cinco paquetes que encontró en la mesilla de su madre. Quizá, como ella solo gastaba dos paquetes al día según su padre, para la hora de cenar ya estaría muerto. Y ya no importaría que ella no pudiera regresar.
La pérdida de alguien muy querido (nadie lo es más que una madre), causa un trauma en sus allegados. El terrible dolor inicial y el duelo posterior es algo tan duro como inevitable. Cada uno lo lleva a su manera. Unos lloran, otros maldicen, otros guardan silencio, todos se entristecen. Este pequeño no concibe seguir viviendo sin ella, de ahí que tome el mismo veneno que cree que terminó con su existencia, aunque sea tragado y no aspirado, que sería lo habitual.
La tristeza máxima a través de una ingenuidad infantil activa y original.
Un abrazo y suerte, Paloma
Hola Paloma, acabo de leer tu relato y no puedo dejar de decirte lo que me ha impresionado. Los adultos lloran y el niño, ingenuo, como dice Ángel, busca el camino más directo hacia su madre; envenenándose como ella. Este personaje me ha llegado al alma.
Se lee fácilmente y el título parece que lo ha puesto tu protagonista. Me ha encantado.
Saludos