Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

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51 El traje negro

Las cosas de mi padre cabían en una caja. El chico de la residencia me las entregó junto a un traje negro.

—No quiso deshacerse de él —me contó—. Se ponía serio y decía: «Nunca hagas el ridículo en un funeral».

Yo asentí, callado. Me irritaba ese conocimiento suyo del que yo carecía.

Ya en casa, colgué el traje y lo olvidé.

Un día, buscando algo de licor, volví a encontrarlo. Telefoneé a la sastrería donde lo confeccionaron. Arreglarlo no era barato, pero podía permitírmelo. Un día me tomaron medidas y otro afinaron los ajustes. El tejido era magnifico, apenas rozado.

Quedó tan elegante que me costaba imaginar a mi padre vistiéndolo. Al devolverlo al armario, lo acaricié y deseé poder usarlo pronto. Pero pasó un tiempo y nada.

Comencé a impacientarme y a ojear las esquelas. Preguntaba a mis amigos por sus padres. Idioteces así. Siguieron pasando años y solo lo había usado cinco veces. Cada vez me quedaba peor, pero ya no parecía rentable retocarlo.

Al envejecer, me he ido desprendiendo de casi todo. Solo conservo algunos recuerdos y mi traje negro. Me queda horrible, muy holgado, pero no soportaría hacer el ridículo, y menos en un funeral.

11 Responses

  1. Ángel Saiz Mora

    Algunos plantean los funerales como lo que quizá deberían ser: algo natural, una despedida asumida dentro de la normalidad y lo inevitable, parte de la vida, hasta una fiesta, alejada de la tristeza y conmoción que siempre produce esa situación de la que nadie puede zafarse, más agudizada cuanto más cerca la sentimos.
    Tenemos mucho miedo a perder lo conocido, a que todo termine sin saber si habrá servido para algo, si quedaremos disueltos en el olvido como si nada hubiera sucedido, ahogados bajo un tiempo que no se detiene ante nadie, o tendremos algún tipo de continuidad después.
    Un entierro, por todo ello, es algo muy serio, y nada hay más grave y formal que un traje negro. Nadie vería bien que en esos momentos uno de los asistentes, o el mismo difunto, no estuviesen ataviados con un mínimo de dignidad al menos.
    Este relato no es solo la historia de un traje a través de los años, es mucho más, en tanto es el fruto de una herencia, parte de un paquete que también incluye una filosofía de vida, junto a la constancia de que hay momentos que no se pueden obviar y para los que, tal vez, deberíamos estar más preparados, a nivel de atuendo y a todos los niveles, porque nunca nos vienen bien, siempre nos pillan a trasmano.
    Un abrazo, Salva. Suerte

    1. Querido Ángel, seper velox, seper fideliium!
      Siempre intento huir de lo evidente y, en esta convocatoria, no queríahablar de moda y elegantes vestidos. Preferí tirar por lis derroreros de esos otros usos del vestir…
      En este caso, como tradición cultural y símbolo de respeto y como nexo de una historia personal y familiar.
      Y esa historia es circular, como el ciclo de la vida y la muerte,circular como un traje, como un ataúd,como una botella de licor…
      Gracias por tu presencia siempre! Abrazo fuerte, amigo!

    1. Jajaja… no sé si macabro es la palabra que yo soñaba, pero me sigue alucinando la cantidad de sensaciones diferentes que produce un mismo relato en los diferentes lectores. Eso es porque gran parte dela emoción final la pone el alma que lee. Mi aportación es dejar huecos para querespire.
      Gracias!!!

  2. Ay… cómo nos convertimos en nuestros padres y madres y casi sin darnos cuenta, cómo estamos más cerca de ellos cuanto más lo estamos de nuestra infancia, cuando los podemos mirar a la cara desde la misma altura y entender qué son y en qué nos hemos convertido nosotros. Me encanta Salva, buenísimo. Mucha suerte, besicos y abrazos, Bea.

    1. Hola, Bea! Aunque el vestido, en este caso como muestra de respeto y como objeto trsnsmisible, es el esqueleto del relato, el alma es esa herencia emocional de hábitos y comportamientos, de pliegues y costumbres, de propensiones y manías…
      Gracias por tus ojos, bonita. Besos

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