85. El último error
El cazador olisqueó la huella que había bajo sus pies, la cual, dedujo, era reciente. Nevaba abundantemente y el hombre no cesaba en el empeño de capturar a su presa. Aún resonaban en su cabeza las palabras de su mujer, advirtiéndole de que el tiempo era bravo, y rogándole que se quedara a salvo en el interior de su hogar. Pero él hizo oídos sordos a las súplicas; no permitiría que su familia pasase hambre un día más, y sabe Dios que se iba a dejar la piel con tal de que su familia esa noche cenase caliente.
Continuó su camino tras el rastro, alejándose cada vez más de los territorios por él conocidos, cuando lo oyó. Sin duda era el sonido agonizante de un ciervo, herido por una flecha que él mismo había lanzado. Se acercó acechante entre la maleza, y, por fin, lo visualizó. Allí yacía su presa. El cazador corrió excitado hacia ella, pero precisamente éste fue su error. De repente todo se volvió oscuro bajo kilos y kilos de nieve.
“No salgas hoy cariño; prefiero pasar hambre y tener un marido al que amar que amar a un cadáver.”
Dos muertes inútiles por desoír un consejo.
Suerte y saludos.