13. El valor necesario
Tras las cortinas, la luz de la habitación de la esquina del caserón deshabitado siempre estaba prendida, pero hasta aquella noche en que la vigilaba desde mi dormitorio, nunca ocurrió nada.
Con luna nueva solía quedar con Juan y María para espiar aferrados a los herrumbrosos barrotes de la verja y escudriñar a través del jardín la habitación iluminada. Éramos solo tres amigos y yo, creyéndome el audaz, intentaba reunir valor para entrar ahí y buscar pistas ciertas sobre rumores que hablaban de espíritus y degollamientos que ellos no parecían tomar tan en serio.
Aquella noche, en vela tras rechazar María mi invitación para ir al cine solos, vigilaba el caserón con los prismáticos. Unas nubes rápidas peinaban los tejados. En las calles no había un alma. De pronto, se apagó la luz de la ventana, brevemente, como el inquietante pestañeo de un cíclope mitológico; la ventisca azotó los árboles del jardín y, poco después, dos sombras deformes se movieron tras el telón de las cortinas. Tragué saliva ajustando al máximo los prismáticos y enfoqué la puerta. María abandonaba la casa de la mano de Juan con los ojos extrañamente encendidos. Esa noche dejé de creer en fantasmas.
A veces no es necesario adentrarse en espacios inquietantes, emparentados con el más allá, para caer en la cuenta de que los monstruos que más tememos, así como los misterios más sorprendentes, están más cerca de lo que pensamos.
Tu protagonista, en esa noche de descubrimientos, no solo dejó de creer en fantasmas, también en la sinceridad de algunas amistades. Se le acumularon los mitos caídos en un solo momento que, por fuerza, tuvo que marcar su vida. Puede que también se reproche siempre, además, no haber tenido «el valor necesario» para dar el paso de Juan.
Una historia con buenas descripciones y estilo elegante, luces que se vuelven sombrías, ilusiones rotas y desengaños.
Un saludo, Mikel. Suerte
Gracias, Ángel por tu comentario.
Un saludo
Me estaba imaginando que ese trío de amigos iba a acabar pasando a la historia como una amistad fantasma.
Tendría que haber reparado en sus miradas antes de proponerle la cita, y sobre todo tendría que haber sido menos inocente, pero claro, no todo el mundo observa con atención. Estar en el aquí y ahora le hubiese ahorrado una decepción, pero ¿quien lo está cuando se enamora? El chico recibió una lección de vida. Qué se le va a hacer.
Enhorabuena y suerte. Feliz noche.
Gracias, Mercedes, por tu lectura y comentario.
Feliz día,
Mikel