122. El viajante
Me registré, como es pertinente, pagando con antelación. Balbucee un gracias y un hasta luego. Puede que nuestras miradas coincidieran un segundo, o tal vez no. La verdad, no lo recuerdo. Al tercer intento conseguí abrir la puerta. Encendí la tele de 12 pulgadas, justo a tiempo de impedir que ningún pensamiento me despertara del coma. No me dio tiempo ni a ponerme el pijama.
A eso de las 12 de la noche unos golpecillos tras la cabecera de la cama, que provenían de la habitación de al lado, me despertaron. – Alguien ha pillado, pensé. Sonreí y haciendo acopio de fuerzas que ignoraba que tenía, conseguí desvestirme y lavarme los dientes, mecánicamente.
A las 6 de la madrugada el despertador interrumpió el letargo. Una ducha rápida y listo para funcionar. Detrás del mostrador dormías. Pensé en despertarte para despedirme. Me encogí de hombros y deje las llaves en el mostrador, sin hacer ruido.
Listo para empezar la jornada. Un día mas, un día más… un día más.. un día más…
Lo que te digo es más una evocación que una interpretación del relato. Me has llevado a las primeras frases de una película llamada «el club de la lucha» en la que una persona que pasa la vida viajando deja pistas de lo que es y de su perdida de la noción de la realidad. Tu relato me sugiere precisamente eso y además tengo que decirte que la manera como lo has conseguido me resulta magistral. Mucha suerte 🙂
Juan, me ha parecido un relato terrorífico, no hay nada que dé más miedo que la tediosa monotonía. Abrazos.