121. El viejo almendro.
El abuelo nos dejó una tibia mañana de otoño; pero ella no quiso separarse de el, y nadie hubiese considerado justo alejarlo de la tierra que lo vio nacer. Por eso lo enterramos junto al viejo almendro; así ella podría tenerlo cerca, ya que por más que lo intentásemos, jamás accedería a abandonar su hacienda.
En los días sucesivos la vida giró alrededor del viejo almendro. Los animales se acostumbraron a vivir bajo su sobra, y la abuela encontró consuelo en el arrullo de sus ramas reverdecidas, en el frescor blanquecino de sus flores, y en el vapor de la almendra madurando al amanecer.
El día que el sueño eterno le sobrevino, la encontramos sobre un manto de flores blancas, junto al viejo almendro; ahora con más vida que nunca.
Al ver su cara, templada y en paz, brotaron de mis ojos las lágrimas que no habían surgido el otoño anterior. En cierto modo, sabia que cuando el abuelo nos dejó, ella, cada día, moría un poco por volver con el.
La muerte consigue hacer reverdecer, de alguna manera, lo que estaba marchito. Muy hermoso tu relato, Alfonso. Suerte y un saludo.
Es muy poético tu relato Alfonso y a la vez bonito. Suerte.
Besicos muchos.
Alfonso, si, la muerte viene acompañada de brotes de nuevos encuentros. Suerte y saludos