38. Encuentro en el cristal
No me gustan los paletos endomingados, piensa mientras los mira dormir en sus trajes de misa de doce, con sus relojes y sortijas de cuando se casaron, y que guardan en armarios que huelen a naftalina y a establo. Sí, porque aunque se hayan lavado por parroquias en la pila de la cocina, que se hayan cepillado las uñas siempre negras de tierra hasta hacerse pellejos, y que, con el peine mojado en colonia hayan intentado domar algún que otro mechón de pelo, nunca se podrán desprender de ese olor a cuadra que ahora carga el aire del compartimento.
¡Pero si eres tú, Pedro Padilla, Pedrito! ¿Qué tal te fue?, le ha preguntado ella al verle en el andén. No le ha preguntado, ¿qué tal te va?, no, le ha dicho, ¿qué tal te fue?, dando por hecho que ha fracasado, o que, como ha muerto el viejo, vuelve al pueblo a por migajas de una herencia salida de entre mierda de gallinas y de vacas.
De repente, la mujer abre los ojos y se libera del abrazo del hombre. Pedro mira por la ventanilla. Solo árboles. Y en el reflejo del cristal, la mirada de desprecio de la mujer.
En los pueblos, donde todos se conocen, apenas es necesaria la comunicación verbal. Lo que se conoce, lo que se supone, los sobreentendidos y los gestos son suficientes para deducir, sin lugar a dudas, los motivos por los que una persona regresa, como también un gesto reflejado en una ventanilla proporciona mucha información. La descripción de los lugareños es de lo más gráfica.
Un abrazo y suerte, Vernay
Gracias, Ángel por lectura y comentario. Cierto, muy cierto todo lo que dice sobre sobreentendidos. Hay mucha leyenda sobre la bondades de la vida en el campo… muchos quieren escapar aunque sea con «una mano delante y otra detrás»… Y si vuelven al pueblo con lo mismo, o menos de cuando se fueron, pobres de ellos… Un abrazo
Desprecio por algo que debió ser y no fue, creo intuir. Muy bien llevado, suerte!!
Besicos muchos.