ENE115. LA ZONA DE CONFORT, de Javier Ximens
Desperté sobresaltado al sentir unos dedos que acariciaban mi pecho. Me asusté, no eran los de mi mujer, pero sus caricias me levantaron otros recuerdos e hicimos el amor, ella con pasión y yo con remordimiento. En la cocina me dieron los buenos días y me besaron dos jovencitos que me llamaban papá, mas no eran mis hijos. Los miré con miedo. En la oficina fui recibido con sonrisas y el jefe me felicitó por los resultados en las ventas. Temí lo peor. Trabajé toda la jornada en asuntos que me gustaron. A la hora de salida me puse el abrigo y nadie me preguntó si tenía frío. Llegué temeroso a casa, sin embargo, la mujer me recibió con abrazos y besos; los chicos dejaron de jugar con la consola; todos juntos hicimos la cena y nos sentamos a ver y comentar una película que no disfruté.
Fue al quedarme dormido cuando volví a sentirme tranquilo al saber que había sido una pesadilla: mi mujer me regañaba por la falta de espíritu, por no buscar un trabajo en el que ganara más, por intentar darle un beso; mis hijos se recluían en sus habitaciones, me evitaban y despreciaban mis conversaciones.
Eres bueno, muy bueno. Aunque me las veía venir, me ha encantado. Muy bien escrito. En la literatura, este tema es constante. A todos a veces nos encantaría no despertar de nuestro sueño y a veces, no soñar nunca. Pero tu relato, aunque divertido, deja un poso irónico y amargo y triste, del que es difícil desprenderse. Un abrazo muy fuerte.
Pensaba que te había dejado comentario y no, qué despiste.
Pero sí creo que te dije que este micro me llena de ternura. Parte de un gallo ufano y satisfecho de sí mismo para acabar, con la salida del sueño, en un perrillo con el rabo entre las piernas.
Lo mejor: le ternura que siempre me produces, eso es impagable. Trates lo que trates, y aunque sea durísimo, lo dices de una manera que me enternece.
Un beso.