ENE96. TRÁNSITO, de Cándido Macarro Rodríguez
Despierto postrado en esta cama de hospital, mi prisión durante tantos días.
Las últimas horas han resultado harto estresantes.
Al menos ese pitido intermitente que me taladraba el cerebro ha cesado por fin.
Hay demasiada agitación a mi alrededor.
Toda mi familia se encuentra aquí. Unos lloran. Otros sonríen y me tienden la mano. Es muy extraño. Algunos… no deberían estar. No tiene sentido.
Mis abuelos ¡Hacía tanto que no los veía! Mirándoles a los ojos me inunda una agradable sensación de serenidad. Pero mi mujer, mis hijos, mis padres, mis hermanos… No sé. Les noto tristes. Tienen todos los ojos enrojecidos.
Y esa luz…esa cálida y acogedora luz…
Me siento liviano, ligero, como si flotara sobre todos ellos.
Pero ¿Qué es esto? ¡Desde arriba veo mi cuerpo inerte!
¿Qué ocurre?
– No temas – me dice, tranquilizadora, mi abuela como cuando era niño y me despertaba de noche llorando aterrado –
– No tengo miedo, abuela. Pero no quiero irme. Todavía me queda mucho por hacer. Mis hijos, mi mujer…me necesitan.
– ¡Anda zalamero! Vuelve, que todavía no es hora. Nos veremos más adelante.
– Gracias abuela.
De nuevo ese pitido entrecortado. Pero esta vez… no me molesta.
Casi,casi atraviesa tu protagonista la linea hacia el «otro barrio». La propia familia es un motivo importante para quedarse.
Saludos
Anna J R
Mira, no recuerdo eso de la luz ni nada de anda, solamente sé que volví y te juro que me hubiera gustado encontrarme con mi padre y mi abuela…
Me ha espelurniado.
Es muy realista.
Lines
çtu relato me deja pensando y con un dulce sabor de boca. Me ha gustado.
Suerte.
Besicos muchos.
Si tiene razón te deja pensativo, sobre que haríamos si nos encontráramos a punto de cruzar la línea. Nos dejaríamos llevar por la acogedora luz, que nos promete paz o quizás volveríamos para afrontar la vida junto a los que queremos aunque suponga enfrentarse a una dura realidad. Muy bonito. Gloria Arcos