10. Eras mía
Recuerdo cuando cogí la carta del bolso de tu madre, la última vez que la invitamos a casa. No sé por qué la he guardado todos estos años. Al leerla se me han subido los colores; o tal vez haya sido el fuego de la chimenea, avivado al recibir las trizas de papel. Te imagino escribiéndola al volver de la playa aquel día. Estabas tan guapa, con el cuerpo moreno y el pelo suelto; reías mientras las olas te besaban los tobillos, y todas esas miradas repugnantes se pegaban sobre tu piel, más aún que la arena. A mí me subía la bilis, las uñas me hacían heridas al apretar los puños, pero tú no parabas, nunca parabas, hasta que me obligaste a frenarte a la fuerza, día tras día. Hasta hoy. Ahora, por fin, podré descansar tranquilo.
Quizá nos preguntamos alguna vez qué podrá pasar por la mente de un enfermo (por no decir de un malnacido) que se cree con derecho a cometer la mayor de las atrocidades.
Nadie es propiedad de nadie, partiendo de ese hecho que el protagonista no admite, como queda claro en el título con tan solo dos palabras, se hubiera evitado los celos por las miradas que recibía una joven, que tuvo la mala suerte de que un elemento como él se fijase en ella. Tampoco habría pensado que, solo por existir, la infortunada provocaba.
Un relato contundente aun con su brevedad, en el que un asesino trata de justificar lo imperdonable.
Un abrazo y suerte, Esther
Muchas gracias Ángel. Efectivamente, es inconcebible, y aun así ocurre, espero que cada vez menos. Un abrazo.
Esther,
Tremendo lo que pueden provocar los celos. Me gusta porque con las palabras justas lo apuntas de una manera perfecta, muy bien hilado desde el título hasta el final.
Mucha suerte y un fuerte abrazo
Muchas gracias Aurora, un abrazo enorme.