79. Esclava de los celos
Observó en sus rostros la idiotez maquillada del coleccionista de libros con desdén por la lectura y un gregarismo patibulario. Llegaban en hordas torpes y vocingleras para dedicarle el sostenido insulto de su presencia. Les odiaba y al tiempo ardía presa de unos celos profundos, como las raíces del mundo, en una suerte de amor malsano que la consumía. Atormentada por la esclavitud, la condena eterna a pender de una pared en una exhibición inacabable como el tormento de Tántalo, daría lo que fuera por recorrer las galerías a voluntad, como todos ellos, engendros de carne erguida sobre dos patas. ¡Los envidiaba tanto! Envidiaba a esos estúpidos que confundían su mueca de desprecio con una sonrisa e ignorantes hasta de su nombre la llamaban Mona Lisa.