124. Escribir mientras los astros
Te sigo por la calle y el sonido de los pasos reproducen un ritmo repetido. Sales de la tienda, con un objeto dentro de una bolsa, y te metes en el portal de tu casa , cuando ya encienden las farolas. Tras las cortinas, tu silueta escribe delante de una pantalla y esta pone un brillo lunar a tu cara; yo enciendo un cigarrillo para que veas bien -de una vez por todas- la mía.
Quizás me mandes subir, abrir la puerta en silencio, tomar la pistola de la bolsa y apuntarte a la cabeza. Después, gozoso de cumplir tu método de escritor maniático, te arrimarás a la cocina para prepararme café, y dirás que el tiempo está cambiando. Supongo que tus palabras, papá, son como estrellas milenarias cuyas luces no existen: se resumen en la punta de mi cigarrillo, un aerolito que espanta el vacío sideral de la calle. Ahora que estás muerto, en la conjunción de las farolas y las estelas de las ventanas, intuyo una verdad que ilumina a los otros en medio de un sol que deslumbra, y me siento igual que cuando entraba en la órbita de tus ficciones, como un satélite, siempre detrás de ti sin alcanzarte.