46. ESPERANDO A MANUEL (Rosalía Guerrero Jordán)
Plof, plof, plof, el abanico golpea con fuerza en su pecho mullido, a pesar de que sus brazos son huesos envueltos en carne flácida.
—Manuel tarda mucho en volver —murmura para sí misma, asomada a la ventana. Al otro lado, el asfalto arde y el calor desdibuja las calles.
La anciana se gira y observa asustada al interior de la habitación. Durante unos segundos no recuerda dónde se encuentra, y el abanico se detiene en mitad de un aleteo.
—¿Dónde narices se habrá metido este hombre? — . Vuelve a mirar a la calle y su muñeca retoma su rítmico y ventoso golpeteo. — Le dije que hacía demasiado calor para salir.
—Abuela, vamos a acostarte ya. — Una voz amable la saca de sus cavilaciones.
—Pero tengo que esperar a mi Manuel. No tardará en regresar. Nunca ha dormido fuera de casa.
La joven asiente y se sienta a su lado. No le dice que Manuel no va a regresar, que hace dos inviernos un virus se lo robó. Sabe que pronto su memoria se deshilachará y se olvidará de Manuel. Y que cuando llegue el invierno él no estará a su lado para calentarle los pies en la cama.
Puede que haya dos maneras de terminar la vida: una, cuando aún podríamos seguir, pero algo sucede que lo hace incompatible, como le ocurrió a Manuel; otra, cuando el cuerpo, aunque muy mermado, permite continuar, pero en unas condiciones que no llegan ni al mínimo para ser aceptables, sin conciencia de la realidad, sufriendo y haciendo sufrir, como le ocurre a tu protagonista.
El relato de una mujer que espera un retorno imposible, como inviable se vuelve cada vez más su propia existencia.
Un abrazo y suerte, Rosalía y, ya sabes, me alegra que coincidiéramos.
Muchas gracias por tu reflexión, no había pensado en esas dos formas de irse de la vida, pero ahora que lo dices creo que tienes razón.
A mí también me alegró poder desdigitalizarte!
Un abrazo.