89. Espíritu olímpico
Andaba la madre cantado al padre la tonadilla de todas las tardes: “que si todo el trabajo para ella, que si no fuera por ella, el pequeño hostal que regentaban estaría muerto, que solo le había hecho hombres que únicamente daban trabajo”, cuando llegó el abuelo del bar, alborotado por la medalla de oro que nuestro compatriota había obtenido. «A celebrarlo», dijo padre y los hombres de la casa nos dirigimos a la plaza Mayor donde ya se congregaban muchos. Entre vivas y hurras pillamos cogorza tan monumental que no nos dimos cuenta de la desaparición de madre hasta bien entrado el mediodía.
«Marchó con el mozo alto y guapo que teníais hospedado», explicó la señora Felisa, de profesión vecina de enfrente. Padre se encerró en su habitación y durante días, uno de nosotros permaneció de guardia en su puerta; temíamos que se volviera loco, mientras el resto aprendíamos a cocinar por pura supervivencia. Cuando salió, estaba demacrado y aparentaba aún menos de lo que siempre fue. Sin pensarlo, lo abracé y grité para que me oyeran todos: «hicieron trampa, jugaron con ventaja». Y así, la competición de la vida pudo seguir su curso en nuestra casa.
Adaptarse a las circunstancias parece la mejor solución para casos como estos donde recibes como pago el mismo tipo de moneda. Y ojalá le vaya bien a la madre, pues me parece que se lo tiene merecido después de aguantar durante tanto tiempo a semejantes tunantes. Suerte y un saludo.
Me parece que esa mentalidad y esos tunantes de los que habla Jesús siguen más arraigados y extendidos de lo que nos creemos, y me parece que poner tu micro-granito de arena para luchar contra ello, con esta habilidad, es maravilloso, Esther. ¡Enhorabuena!
Esther, esta muy bien lograda tu historia y ese final esperanzador. Suerte y saludos
Se lee muy bien la historia que nos presentas tan detallada, Esther
Besito virtual
Me recuerda un poco el cine de Berlanga, un irónico retrato social:»hicieron trampa». Al menos ella escapó de la «trampa» (o eso espero).
Suerte y saludos,