66. Estafas al corazón
Cuando entró la videollamada, mi pulso se aceleró. Enseguida me di cuenta de que no había desconectado la cámara y mis ojos se cruzaron con las pupilas azules transparentes de aquella mujer que me acusaba de la desgracia de su hijo.
—Tú no le quieres —me decía— si le quisieras le darías el dinero para que pueda volver y casarse contigo.
Todo era mentira: la mesa camilla con el paño de ganchillo, el sillón de mimbre de abuelita adorable y la ventana iluminada con una luz artificial, como la utilería de una obra mediocre de teatro.
Cómo no iba a quererle. Aunque no nos habíamos visto nunca, su voz, sus mensajes y sus ojos verdes estaban incrustados en mi cabeza y no había forma de arrancarlos.
—Sí, mañana le enviaré los diez mil euros —mentí para dejar de sostener su mirada.
Ella sonrió levemente y terminó la llamada.
Yo llamé a la policía con la tranquilidad de que mi cuenta estaba a salvo y con el convencimiento de que mi corazón se hacía más pequeño, más duro y le iba a costar mucho superar el daño que le había causado esa locura.
Mentiras no ha dejado de haber desde que los seres humanos se organizaron socialmente, o sea, desde siempre, somos así, pero estos tiempos hacen que aparezcan nuevas formas de engaño de la mano de la tecnología, simulaciones que parecen tan reales y están tan estudiadas que es difícil, aún conociendo la farsa, incluso la estafa encubierta, no rendirse, al menos en parte, a esa seducción. Tu protagonista, sin embargo, termina obrando como debe, no cayendo del todo en las redes, y poniendo el intento de fraude en conocimiento de la autoridad competente, para que otros incautos no caigan tampoco, lo que no quita que su corazón, necesitado de lo que no llegó a tener, quede dolorido, frustrado y aún más vacío.
Aprovecho para felicitarte por el premio Lince-Montes de Toledo. Quise hacerlo en persona en Cantabria, pero en estos encuentros siempre hay alguien con quien no llegas a hablar por falta de tiempo material, es inevitable, pero habrá otras ocasiones.
Un abrazo y suerte con este relato, Almudena.
Muchísimas gracias, Ángel, por tu comentario y tu enhorabuena.
Sí, fue un fin de semana intenso y no dio tiempo a más.
Un abrazo.
Duelen más las estafas al corazón que a la cartera. Por muy modernas o virtuales que sean. Y eso de empequeñecer y endurecer el corazón es un plus, un efecto secundario que puede llegar a hacerse crónico.
Gracias,Edita. Es cierto, será porque el dinero se recupera, pero la confianza en la humanidad cuesta más.
Un abrazo.