74 Expiación
Volví a mirar la dirección. Sin duda era allí. Me sorprendió la blancura inicial de la fachada, el equilibrio de sus muros, la apatía cenital que escapaba por las ventanas como gatos asustados. Toqué con los nudillos la puerta medio abierta. Volví a llamar hasta que una voz estéril me invitó a pasar. Tenía la baraja preparada sobre una mesa redonda de madera, una lámpara con forma de lechuza que parecía tener vida y un cenicero que soportaba un cigarro recién encendido. Me ofreció café, una silla en la que sentarme frente a ella y me ordenó cortar. Dividí en dos el mazo y me mostró una carta. Un gran sol iluminó la sala. Su luz parecía escapar de su jaula de cartón. Se puso en pie, imponente, y dejó caer la túnica celeste que le cubría el cuerpo. A pesar de las arrugas sus pechos se mantenían firmes, su vientre liso. Apenas tenía pelos en el pubis, pero tan blancos, que un rumor nevado parecía invitarte a beber de aquella fuente. Dejé unos billetes en un cuenco de madera y salí de allí. Era de noche y un adiós con acento extranjero se confundió con el ruido de la puerta.
Lo que podría considerarse un acto más bien burdo o agreste, aunque tan antiguo como la humanidad: la visita de un hombre a un prostíbulo, con tu prosa y unas descripciones llenas de oficio queda transformado en todo un rito, una aventura única, con una mujer extranjera, madura y fascinante como coprotagonista.
Un abrazo y suerte, Juancho
Muchísimas gracias, Ángel!! Tus comentarios siempre son de agradecer, pero he de decir, aunque me duela, que no estaba pensando en un prostíbulo cuando escribí este micro, aunque bien mirado, ¿quién soy yo para contradecir la interpretación de un lector? Mucho menos la de un lector tan notable como tú.
Siempre agradecido!!
Un enorme abrazo!!!