69 Fase REM (Beatriz Carilla Egido)
Cae lluvia halógena de las farolas. Un perro, que parece hecho con alambre, se rasca orejas y cuello, se muerde patas y cola, sin tregua. Estoy sentada en una banqueta a la espera de recibir el manual de instrucciones. La densa humedad me envuelve. Tengo los ojos cerrados y los poros abiertos. En este sueño transparente no hay más seres vivos que “El flaco”, sus pulgas y yo. Exhalo cientos de gotas de rocío, donde viaja mi adn.
Un silbido inesperado, tan agudo como la voz de un castrati, ahuyenta al perro pulgoso. Yo lucho por volver en mí. Cuando despierto el sol ha entrado hasta la cocina. Empiezo a rascarme el cuerpo con ansia, los lunes me causan un prurito insoportable. Me tomo el té, ya frío, de un sorbo y me echo a ladrar a las calles.
No es fácil interpretar los sueños. El subconsciente cambia realidades, refleja miedos, dicen que es una especie de desahogo, el descanso activo de esa máquina que llamamos cerebro, que campa a sus anchas durante unas horas antes de reiniciarse y ponerse a nuestro servicio. A veces despertamos sobresaltados y con alivio de una pesadilla; otras, lo vivido, aunque sea una fantasía absurda, resulta tan placentero que nos aferramos a ello. Calderón ya dijo que «los sueños, sueños son», pero también que «toda la vida es sueño». Tu protagonista ve invadida su ensoñación con parte de realidad y viceversa, de manera que elementos de las dos se entremezclan, sin llegar a saberse si lo que sucede ocurre o no, un perro que toma café o un hombre que ladra en la calle, tal vez ambos conviven en un mismo ser.
Un abrazo y suerte, Beatriz