FEB72. FIESTA EN EL PARAÍSO, de Leonor Sebastián Birch
El retrato de la abuela siempre estuvo allí. Ocupaba una pared casi entera del vestíbulo. Proyectaba una imagen recta y solemne y parecía vigilarnos con la mirada cuando subíamos y bajábamos las escaleras.
Una mañana bajé adormilada y cuando me giré vi que el retrato había desaparecido. El cuadro seguía allí. El marco tallado y cubierto con una pátina de oro, el fondo negro y la butaca sobre la que la abuela se apoyaba levemente estaban en su sitio. Era la abuela la que había desaparecido. Desperté a los demás. Mi marido y yo lo mirábamos minuciosamente preguntándonos quién habría pintado encima o lo habría sustituido por el original. Los niños buscaban por toda la casa encantados de que la abuela hubiera salido del cuadro para jugar con ellos al escondite. Pero nadie encontró nada y al cabo de unos días nos habíamos acostumbrado a verlo vacío.
Dejamos de mirarlo y por eso no nos percatarnos enseguida de que la abuela había vuelto. Fue el más pequeño de los niños el que preguntó a los demás ¿qué hace la abuela con un casco de moto, el pelo rojo y chinchetas en los pantalones? ¿Y por qué ahora se ríe?
Ay que se fue al lado rojo, y al parecer se lo pasó mejor. Quizás ahora habría que cambiarle el marco, por uno minimalista. Divertida historia.
Muy divertido, ahora, seguro, mucho más contenta!!
Un guiño de alegría y libertad. Bien por la abuela. Suerte. Besos. Gloría Arcos.
Un inesperado toque final de humor en un relato de aspecto clásico. Olé por esa abuela motera y olé por ti 🙂
Muchas gracias por vuestros comentarios. El cuadro existe 🙂 La inspiración… pues el otro día, que saltó la alrama y no había nada en la casa, así que pensé ¡será la abuela, que se ha salido del cuadro a dar una vuelta!
Buen relato, bien contado y con su dosis de humor. Ese retrato sin el protagonista después nos lo has obligado a ver, así que enhorabuena.
Un abrazo.
por desgracia, a menudo, dejamos de ver «realmente» a nuestros mayores…
es a menudo cuando se «marchan» que les echamos en falta…
por desgracia ellos no suelen volver…
me encanto la alegría y ocurrencia del final de este relato…
Gracias, Susana y Kistila, por vuestros comentarios. Un abrazo