85. Fin de trayecto (R. L. Expósito)
La noticia cayó sobre los pasajeros del Rossiya transiberiano como una losa con su epitafio. Luego el tren se detuvo en plena taiga, cerca del ocaso, y muchos huyeron hacia el bosque profundo. Otros tantos continuaron a lo largo de la vía, una procesión cuyas plegarias mendigaban un milagro. Y aparte del resto, que había asaltado el vagón restaurante para montar una fiesta salvaje, solo un matrimonio permaneció en su asiento hasta el final.
Durante su espera, la pareja revivió como nunca los recuerdos y anécdotas de siempre. También compartieron miradas, besos, abrazos; intercambiaron caricias con el mismo ardor que en su lejana juventud, aunque esta vez el sexo fue sereno, generoso y elegante.
Acabaron a oscuras, desnudos entre mantas de viaje. Él yacía rendido mientras ella, desvelada, contemplaba el tenue reflejo de su rostro en una ventanilla. Entonces un resplandor convirtió la noche en mediodía: el cielo, de aurora boreal incandescente y fuegos de artificio, incineraba con aterradora belleza. Por eso, cuando la mujer vio llegar la primera oleada destructiva, agradeció en silencio que su marido durmiera en paz y, con su último aliento, le susurró al oído: «Suerte que envejecimos juntos».
Vaya por delante que parto de cero, escribo de oídas. Lo hago lo mejor que puedo pero no me basta. Por eso necesito compensar mi ignorancia con las ganas de aprender, así que agradezco cualquier ayuda y, si alguien dispone de tiempo y tiene ganas, cuenta con todo mi apoyo para diseccionar mis textos con la frialdad malsana y precisión quirúrgica de Jack el Destripador. Con tal de mejorar, acepto el sacrificio. Porque si el precio a pagar es ofrecer mi trabajo como una prostituta de Whitechapel en el Londres victoriano, pues lo hago; que si aprendo y luego sé, ya coseré los pedazos del cadáver para ver si cobra vida. Me han dicho que en esto de los cuentos no sería la primera vez.
¿Qué ofrezco a cambio? Como poco, y si la salud me lo permite, devolveré la visita, la lectura y algún comentario cortés. Pero si alguien se atreve y me lo pide, también la observación crítica y feroz de un aspirante a mejor carnicero de barrio, tembloroso y cegato. Advertidos quedan los osados. Con suerte y debate, aprenderemos ambos.
Hola, Raúl. Al entrar en tu relato, me ha sorprendido el «trato» que nos ofreces; aunque creo que en este y otros foros debería ser lo habitual entre colegas de afición: que los demás nos digan, con ecuanimidad y respeto,sus verdaderas opiniones y no limitarse a . Creo que esa es la forma de poder aprender realmente, los «interesados» y el resto de participantes. Por diversos motivos, últimamente no suelo dejar comentarios, pero sigo leyendo los textos con atención. Incluso la lectura de los relatos un tanto «descuidados», por decirlo de algún modo, nos puede servir de instrucción para intentar no cometer nosotros determinados «fallos». Ya he dicho en otras ocasiones que no sé gran cosa de normas gramaticales y que yo soy el primero que no ve la viga en mi ojo, pero me gusta diseccionar los relatos: si faltan comas, si sobran, si no concuerda algo con el sujeto, etc. (todo bajo mi punto de vista, puede que equivocado, por supuesto). En lo del fondo, o los argumentos o como queramos llamarlo no me meto tanto, porque para una persona que ha leído pocos relatos todo le parece novedoso y para el que ha leído ocho mil puede que no tanto. Podría extenderme algo más, pero creo que no es el momento. Sobre tu relato, poco más puedo decir que me gusta (con todo lo «injusto» que puede ser eso, ¿si a mí no me agrada la ciencia ficción ya desprecio cualquier texto de esa temática?) y que creo que tiene un tema interesante y que está bien escrito. He echado un vistazo a tus relatos anteriores y me parece que mantienes un estilo, aun con la variedad temática y formal, muy «visual» y «veloz»; da la impresión, en ocasiones, de que, a pesar de la belleza o pertinencia de algunas frases, nos «ahogamos» al leerlo (estoy exagerando, claro), como si hubiera poco espacio para respirar (percepción mía). Un texto en el que, latiendo un fondo terrible, introduces pizcas irónicas, poéticas e, incluso, casi de esperanza. Pues nada, Raúl, buen relato. Suerte y saludos
Es curioso. Precisamente hoy me he pasado la siesta dándole vueltas a por qué el micro de Patricia Collado, o el de Rafa Heredero, se leen a ritmo de pista de patinaje mientras el mío parece un fangal de los que te succionan los pies a cada paso. Supongo que a eso se refiere tu «ahogarse», que solo es otra forma de decir lo que ya había notado.
Mi conclusión es que las 200 palabras se me quedan cortas, que mis historias necesitan más espacio para frases «ligeras» que den un respiro al lector entre las partes más densas.
Vamos, lo que vendría a ser la leche en polvo frente a la líquida; la única diferencia está en el agua, simple agua, y sin embargo qué gran diferencia cuando la segunda se bebe y la primera se mastica. A ver si lo voy puliendo…
Sobre lo de aprender, suscribo cuanto dices y puedes despellejar mis textos cuando quieras. Ni te disculpes de antemano, sé muy bien que el tiempo cotiza por las nubes. Y si yo puedo ayudar en algo, pues aquí me tienes.
Un saludo y gracias por tu lectura, tu comentario, tu tiempo.