27. Fisonomía
La razón no sé cual será, pero cada vez que mi padre decía que había trabajado en el cine, me impactaba. Me lo imaginaba de indio o de vaquero, de romano, con Groucho en una escena delirante.
Daba igual que yo supiera que era una broma. Que solo había trabajado en la taquilla del Torrefiel y esporádicamente de acomodador. Yo quería decirle a mis hijos esa frase.
Los designios me llevaron a ser bancario, pero conseguí, sin remuneración alguna, trabajar en mi tiempo libre en unos estudios cinematográficos. No más, al principio, que llevando cafés y otras nimiedades.
Tanto andar por ahí, al final te requieren para algún extra y, por mi buen estado físico, hasta para alguna acción de especialista que requerían.
Me dijeron que no tuviera miedo, que todo estaba controlado, que el fuego ni lo notaría.
Mi cara se hizo un engrudo, pero no se olvidaron de mí y seguí trabajando para ellos.
Ya tengo un vástago que puede escuchar lo que siempre quise, pero todavía no soy capaz de explicarle que los bebés y los pequeñajos no lloran espontáneamente en las películas.
Tu protagonista es un personaje digno de admiración. Se propone hacer algo, cumplir un sueño, comienza desde abajo y lo consigue. Al contrario que su padre, él si podrá decir que forma parte del séptimo arte sin mentir, pero siempre hay un «pero», la perfección no existe, sería todo demasiado idílico: desde que quedó desfigurado es de imaginar que solo sería requerido para películas de terror, como el que produce a su hijo.
Un relato a caballo entre «la cara es el espejo del alma» y «las apariencias no importan, sino el interior».
Un abrazo y suerte, Javier
Siempre gracias, por tus comentarios.
Abrazotes
Hizo del cine su meta y pasión y del accidente su condición. Un relato sorprendente y bien llevado de principio a fin. Me ha gustado. Abrazos y suerte, Javier.
Gracias, Rafael. Me alegra te haya gustado.
Abrazos