112. FLORENCIA
Florencia
Llegué al pueblo al atardecer. Había escuchado noticias y leyendas de un mundo desaparecido. Antaño los caminos eran un ligero rastro, las horas eran cantadas lánguidamente por el badajo de una campana colgada en el vetusto campanario de la aldea, y las vacas hendían sus pezuñas limando los senderos de los pastos.
El pueblo es ahora la frontera de un desierto. Me dijeron que San Román “caía” a dos horas cuesta arriba; sus casas derrumbadas, su iglesia sin campana, su callejuela inundada. Yo quería llegar a san Román. Sentía la añoranza por los lugares perdidos, la desazón de los sueños rotos.
Más tarde vi a una mujer sentada en un bancal; mataba el tiempo viendo pasar a la media docena de visitantes. Me detuve ante ella, y con inusitada naturalidad me preguntó: de dónde eres, a donde vas, a qué has venido. Fui una ventana de su presente.
También yo la interrogué. Ella era la única mujer de la única casa de aquel otro mundo que quedaba allí. A su espalda, una portezuela armada con tres tablones viejos rezaba con pintura de colores: el huerto de Florencia. Le compré calabacines.
Me ha gustado mucho tu relato, Francesc. Y me parece muy bueno. Su lectura me ha hecho evocar a esos campesinos perdidos buscando sabe Dios que pueblos, más allá del desierto, que vemos en los cuentos de Juan Rulfo. Suerte y un saludo.
Muchas gracias Jesus por tu comentario, el primero que recibo de mi primer relato en ENTC.
Francesc, has tocado el tema con ese acercamiento de las cosas entrañables y ha quedado fenomenal.Suerte y saludos
Muchas gracias Calamanda. Mis deseos de suerte tambien para ti.
Menos mal que dentro de ese mundo desaparecido los calabacines eran reales. Muy bonito relato Francesc, qué bien has descrito esa desazón con la que tu protagonista busca en el olvido. Supongo que quiere traer, aunque solo sea a través de los recuerdos, ese otro mundo tal como fue y gracias a Florencia y su huerto puede ubicarlo.
Suerte y un saludo.
Muchas gracias Maribel por tu comentario. Pues sí, Florencia pertenece a un pasado que existe en la mente del visitante, aunque ella permanece en el mismo presente que su interlocutor. La compra de los calabacines lo certifica.