53. FLORES SECAS (Rosalía Guerrero Jordán)
El frío del atardecer se adhiere a mi ropa como un olor pegajoso, agarrota mis dedos sarmentosos, colorea la punta de mi nariz destartalada. Con un arrebato de rebeldía infantil enciendo un cigarrillo y miro a las cumbres nevadas.
Sin duda, el paisaje sigue siendo igual de hermoso que entonces, cuando vinimos por primera vez. Yo, con la mirada prendida en ti como un perro sin dueño; tú, con tu sonrisa radiante y tu espalda salpicada de pecas dentro del arroyo.
Elegimos este lugar para acabar juntos nuestros días. Teníamos un sitio al que volver, pero cambiaste nuestros planes.
Hoy he vuelto para cumplir mi promesa, aunque tú no estés.
Apago el cigarro contra una piedra, e intento en vano calentar los dedos con mi aliento. Derrotado, claudico y guardo las manos en los bolsillos.
Cuando atravieso la reja miro atrás, y veo como el viento te roba las últimas flores secas.
Superlativo…
Gracias Otir, me alegro de que te guste.
Un saludo.
Puede que los dedos de este hombre, enamorado y fiel, lleguen a calentarse, lo que está claro es que a su corazón es difícil que retorne la calidez, una ausencia irreparable lo impide. La vida continúa para quien se queda, pero hay huecos que no es posible llenar nunca del todo.
Los lugares nos recuerdan vivencias pasadas, como también personas queridas que ya no pueden estar a nuestro lado. En este relato el escenario permanece, al igual que los recuerdos, pero los actores han cambiado, incluso hay incomparecencias. En todo caso, la promesa de volver, aunque dolorosa, era algo que debía cumplir. Forma parte de una etapa que ha de asimilar, por más que le cueste. Esas hojas secas que despegan de la tumba son todo un símbolo. Tu descripción ha hecho que nos pongamos en su lugar. Ya solo queda desearle ánimo y motivos para seguir.
Un saludo y suerte, Rosalía
Gracias por tus palabras Ángel, siempre es un placer leer tus comentarios.