16. Good vibrations (Javier Igarreta)
“La felicidad, ¡ja, ja, ja, ja!, de sentir amo-o-o-o-or…”. La voz de Palito Ortega se rompió en el disco rayado y el salto de la aguja redujo el amor a una estridente monotonía. Sin embargo aquel lapsus, aparentemente de carácter técnico, afectó de manera simultánea e incomprensible a varios usuarios de la piscina. Quizás también influyera el calor sofocante. O el espíritu del Flower Power. El caso es que al sentirse tocados por el fenómeno se miraban exhibiendo sonrisas insinuantes y gestos de complicidad. Una vez roto el hielo, el ambiente se transformó en un girigay de tintineantes refrescos. El disfrute compartido de helados variados, sirvió de dulce preámbulo para tórridos intercambios de impresiones.
Cuando la tarde viraba hacia el naranja, la aguja del tocadiscos salió de su duda existencial y encontró nuevamente el surco del amor. Algunos sintieron la necesidad perentoria de zambullirse en la piscina, mientras otros recomponían su aspecto con gesto alelado. Después todos cantaron a coro “la felicidad, ¡ja, ja, ja, ja!…”, mientras un atardecer rojo pasión rielaba sobre el espejo de la piscina.
Tiempo de asueto, compañía adecuada y afín, compusieron el caldo de cultivo para predisponer a tus personajes. La letra de la canción fue la guía. De ahí a la desinhibición solo quedaba un paso. Los colores del atardecer también ayudaron.
Un relato con hermosas frases, que introducen al lector en un universo despreocupado y placentero, en el que a muchos no les importaría adentrarse.
Un abrazo y suerte, Javier
Muchas gracias Ángel por tu amable comentario. Ya sé que he ido un poco lejos en busca de la felicidad, pero los que ya tenemos unos años no podemos evitar recordar de vez en cuando los felices(?) años sesenta. Gracias y un abrazo.
Un instante de aspecto infinito entre que la aguja llega al surco rayado y se libera de él. Un paréntesis en el que cambia todo; un paréntesis de amor. Me encanta que la aguja «encuentre el surco del amor» a pesar de haber estado todo el tiempo en él. Un texto genial que surge de algo tan simple como una canción tan pasadita en años como la de Palito Ortega. Maravilloso relato, Javier. Abrazos y suerte.
Muchas gracias, Rafael, por tu amable comentario. Es lo que tenían aquellos vinilos; cuando menos pensabas saltaba la aguja y comenzaba la eternidad. No hacía falta una canción sublime. Un abrazo.