118. Graceland
Despedirse de los viejos fue duro. Obligados por las circunstancias a quedarse, sabíamos que aquel abrazo sería el último. Se movían inquietos entre nosotros sin saber qué hacer. Su mayor preocupación parecía haberse reducido a que pudiéramos olvidar algo, de manera que sus frases de recordatorio, repetidas nerviosamente hasta el absurdo, sustituían con frecuencia a las de la despedida.
Salimos al alba en silencio, cargando en brazos con los más pequeños, aún dormidos, y arrastrando únicamente los enseres necesarios. El barro helado del camino, marcado de huellas de carros, dificultaba nuestro avance, obligándonos a parar más de lo deseado en espera de los rezagados; nada que hiciera flaquear nuestra determinación de seguir, de alejarnos como fuera del hambre y la guerra, del frío extremo…
El grupo iba creciendo al paso por los pueblos. Los nuevos hablaban con entusiasmo del Continente Milagro, La Tierra de la Gracia, donde ahora la vida florecía por todas partes en una abundancia sin límites. Sabíamos que, tras llegar a la costa, cruzar el mar exigiría una interminable y tortuosa espera a la que muchos no sobrevivirían. Afortunadamente, al menos, ya no quedaba nada de aquella barrera hiriente que una vez nosotros mismos levantamos.
Enrique, has entrado en juego casi cuando sonaba la bocina, y yo me alegro mucho de leerte, con esa garantía de calidad que nunca puede defraudar ni deja indiferente. Con una prosa esmerada, narras la emigración forzada de una familia, con los mayores obligados a quedarse en una tierra donde sólo hay devastación, algo demasiado habitual en estos días. Hasta aquí no hay nada que se salga de lo tristemente habitual, el cambio magistral viene cuando nos damos cuenta de que esas personas huyen de un mundo que poco antes fue tierra de privilegio, con muro incluido, que ahora se vuelve en su contra. Todo puede cambiar en poco tiempo, que no se nos olvide, cuando remoloneamos en lugar de ser solidarios.
Suerte con este relatazo y un abrazo enorme, amigo Enrique. Por ese 2017 que tú mereces.
Muchas gracias, Ángel. En estos dos últimos meses no he encontrado mucho tiempo para escribir, por lo que he ido dejando este relato para el final y por un momento pensé que no lo publicaría. Me alegro de que te haya gustado así, pues lo acabé a la carrera. Como siempre has captado perfectamente la idea. Pienso que el ser humano peca en general de falta de perspectiva, quizá cegado a menudo por los propios intereses.
Intentaré ir comentando los vuestros poco a poco.
Otro fuerte abrazo para ti, amigo, y mis mejores deseos para ti en este año y en todos los que vayan viniendo.
Hola, Enrique.
Coincido al 101 por 100 con el comentario del maestro Saiz Mora, don Ángel. Y, sobre todo, en su corolario, en ese «remolonear». Es el tuyo un texto muy, muy bien escrito y sutil en la sustancia. A por el mar, a por el mar que ya se adivina, pero el mar sí que es un muro con se afrontan sus líquidas carnes con precarios medios de navegación. Un muro insalvable muchas veces e imposible de derribar.
Un abrazote y felicidad.
Muchas gracias, Martín. Me alegra tanto el que te haya gustado la historia como que compartas la idea. Pienso que no sería tan difícil empatizar con las circunstancias de esta gente si por unos momentos dejáramos de pensar en nosotros mismos y nos imagináramos (con hijos incluidos) en su lugar.
Me encanta esa dimensión de barrera que das al mar, y también tu alusión a mi admiradísimo y nunca como se debe alabado Aute.
Un abrazo con mis mejores deseos.
Cuando la guerra se alimenta del lugar en el que has crecido y te conviertes en forastero de cualquier tierra que pisas, donde el recelo es la mejor bienvenida que puedes tener, es cuando uno aprende la dimensión de la palabra solidaridad: cuando las fronteras solo las encuentras en tu propia carne.
La composición de tu historia es sencillamente enorme, Enrique. La descripción del dolor de la despedida queda tan grabada como esas huellas en el barro helado delante de los rezagados, tan marcada como la vieja cicatriz que abrió ese perverso muro y que siempre dejó oculta la herida infectada.
Has creado un retrato con una fuerza emocional que cala y lo has escrito con una enorme capacidad de respeto por las palabras.
Un magnífico relato que merece estar entre los seis elegidos. Enhorabuena Enrique.
Un fuerte abrazo.
Cuánto me alegran siempre tus palabras, Antonio. De eso se trataba, de ponerse un poco en la piel de esta gente; y me ha parecido una buena manera esta de invertir el flujo migratorio mediante un cambio drástico en las circunstancias de unos y otros.
Muchas gracias por tu visita, tu siempre minuciosa lectura y por tu invariablemente sublime comentario.
Un fuerte abrazo.
No lo había leído. Mi enhorabuena .
Muchas gracias por todo, María José.
Saludos.