87. Hambre y miedo
De su hogar solo quedó la escalera. Y, debajo, ellos dos. Ovillados, temblorosos.
Han transcurrido treinta días de frío, hambre, silbidos. Treinta días, rodeados tan solo por la nieve, y por ese exiguo rectángulo de ladrillos rotos. Pero ellos no se van, porque papá les tenía prohibido salir.
Papá.
Papá también sigue ahí. Tumbado, dormido. A veces se acercan y comen de él (con hambre, y también con miedo), e imaginan que su esqueleto se yergue, cuan alto era, para ordenarles que suban ya a dormir. Escuchan, incluso, su voz, retumbando contra las paredes invisibles. Y entonces, obedientes, se dan la mano. Y suben. Despacio, en silencio, escalón a escalón.
Escalón a escalón.
Hasta quedarse arriba, en el último. Donde antes había una puerta, y ahora hay un abismo.
¡Dios, que duró y crudo te has quedado! Lo malo es que puede ser y seguro que ha sido una realidad.
Triste y bien narrado!
Hola Rosa, pues lo malo es que puede. O cosas similares, tristemente.
Gracias por comentarlo.
Un abrazo
Ahora que parece que algunas guerras que nos inquietan pudieran llegar a su fin, parece ta.bién que nos olvidamos de todos los inocentes que las han sufrido, utilizados como mercancía desechable, parte de un juego geopolítico cruel que no ltiene en cuenta a quien todo lo pierde y termina en el olvido.
Una escalera como último refugio, a la postre, insuficiente, para revelar cómo podemos llegar a ser, y que no escarmentamos.
Un abrazo y suerte, Alberto
Hola, Ángel. Tú lo has dicho: mercancía.
Gracias por el comentario. Nos vemos en un mes.
Un abrazo
El hambre de una guerra la imagino muy mala pero el miedo metido en casa debe ser aún peor. Estos niños que aún escuchan al padre después de muerto y suben obedientes a su habitación… me estremecen. No sé si me equivoco en la lectura, lo siento si es así, pero me resulta terriblemente inquietante pensar que al menos con el padre vivo (que imagino malisísimo) veían una salida que ahora no pueden. Buf.
¡Suerte con el relato, Alberto!
Besosss
Hola Nuria, tú lectura es muy buena.
Tener normas o rutinas, aunque estén basadas en el miedo, crea cierta sensación de seguridad. O, viéndolo de otro modo, la obediencia es adictiva. Y los niños dependen de los adultos para sobrellevar el horror
Abrazo y muchas gracias
Alberto, tu micro me deja acongojada porque, aunque sea ficción, resulta todo tan verosímil que asusta.
Un abrazo y suerte.
Hola, Rosalía
Me alegra que te haya inquietado.
Muchas gracias por comentarlo. Nos vemos pronto.
Un abrazo