89. HERMOSAIJE
Se quedó sin palabras.
Al llegar a un alto del camino encontró las primeras sombras de la tarde que el sol dibujaba en la gran estepa. Quedó mudo. Quiso expresar esa idea, ese sentimiento encontrado que le arrebataba el ánimo. Quiso explicar cómo el horizonte encendía su alma.
Y no pudo.
Rebuscó con la punta de los dedos entre los recovecos de los fondos insondables de sus bolsillos. No había nada. En el zurrón descubrió que todas las palabras se le habían escapado, libres, a través de las desgastadas puntadas de las costuras.
Detuvo su caminar un instante.
Entonces encontró una solución de emergencia. Con un lápiz escribió en un trozo de papel olvidado en la chaqueta: “hermosaije”.
-¡Sí, eso es, “hermosaije”!
Y continuó en silencio el camino que serpenteaba a través de la infinita llanura mesetaria. Había perdido todas las palabras que guardó para el viaje, pero ahora, atesoraba la última en el interior de su puño.
Llegaba la noche. Sintió que sus pasos eran cada vez más cortos. Había cansancio y había sed. Su espinazo se doblaba fracasando en la lucha contra la gravedad. Pero continuaba caminando sin ver que tras de sí un frondoso bosque surgía.