54. Hoy como ayer
Yo era Juanito, el hijo de los propietarios de Confecciones Luymar (Luis y María). En el taller trabajaba Adela, cuya hija Adelita, de mi misma edad, venía todas las tardes por allí. Nunca olvidaré el día de nuestra Primera Comunión. Dispuestos en filas separadas, niños y niñas ordenados por altura. Éramos los penúltimos. Me pasé toda la ceremonia admirando su precioso traje. Creo que a ella le pasó lo mismo con mi atuendo de marinero. Al día siguiente le propuse si quería ser mi novia. Me respondió enseguida que sí. Pero cuando se lo comunicamos a nuestros padres, no les hizo ninguna gracia.
Con el paso de los años, estudié Derecho. Ella iba a una academia de peluquería. He regentado un bufete de abogados con mi socio Martín, Juanymar, SL. Ella abrió su negocio con su amiga Marta, Peluquería Adeymar.
Y la vida ha querido que tanto tiempo después, viudo yo y separada ella coincidiéramos en el autobús en un viaje del Imserso. Juntos hemos recordado nuestra antigua amistad y de nuevo nos hemos prometido amor eterno. Pero cuando se lo hemos comunicado a nuestros hijos, no les ha hecho ninguna gracia.
Hay relaciones que parecen condenadas a no materializarse nunca. si lo pensamos, quizá ocurriría con todas si hubiera que pedir conformidad al entorno, pues siempre hay algo que no le gusta a alguien, como siempre hay alguien que se inmiscuye en lo que en realidad no le corresponde. Dicen que los trenes, como las oportunidades, no hay que perderlos, por si no pasan otra vez. En este caso, en el que la historia se repite, la experiencia debería dictar que un poco de egoísmo, a veces, resulta sano y hasta necesario.
Un relato circular, desde el título, de dos vidas siempre cercanas, paralelas, pero condenadas a no cruzarse. Dan ganas de ir a convencer a esos hijos.
Un abrazo, Pepe. Suerte
Muchas gracias,Ángel por tu comentario. Efectivamente, a veces se pierden oportunidades que son imposibles de recuperar. Por eso he intentado que en esta historia hubiera una segunda. Un abrazo.
Un relato que transmite ternura,a la vez que dan ganas de decirles a los hijos que se metan en sus vidas.
Un saludo.
Manuela
Pues sí, cuando no son los padres son los hijos, siempre impidiendo que la gente sea feliz. Gracias Manuela, saludos.
Qué bonita historia, Pepe, y qué agradable resulta siempre leerte.
Ese amor, contrariado desde el principio, bien podría quedar satisfecho en la segunda ocasión, que tiene pinta de ser la última, pese a lo que digan los hijos. Me pregunto si escondes algún enigma en esos nombres de empresa, acabados todos en “mar” gracias siempre al de uno de sus socios. El de ninguno de tus dos protagonistas ofrece esa posibilidad, pero pienso que merecen como nadie colocar entre ellos esa letra «y», y no solo por su carácter copulativo, .
Enhorabuena y mucha suerte con tu propuesta.
Un abrazo.
Gracias Enrique por tu comentario. Me gusta que te hayas fijado en los nombres de los negocios. Es algo que siempre me ha llamado la atención y he querido hacer un pequeño homenaje. En canto a la historia viene de un sueño que tenía de pequeño, siempre con una compañera de catequesis, que la verdad era totalmente inaccesible para mí. Abrazos fuertes!
Bueníssimooooo, jeje, me ha chiflado del todo. Saludos
Muchas gracias, Alberto. Me alegra que te haya gustado.