61. Inmortales
Desde que dio su primer respiro, supo que su paso por la tierra de los humanos sería breve. Apenas una exhalación.
Sus padres apuraron la hoja de ruta y en apenas seis años, él viviría todo lo que el resto parecía transitar en setenta u ochenta.
Con sus primeros pasos, también redactó sus primeras líneas y asumió las reglas del mundo que lo rodeaba.
Cuanto más aprendía, más rígidos sentía sus músculos y su cara.
Comprobaría, para su momento de mayor rigidez y sabiduría, que no había visto nunca su propio rostro.
Antes de convertirse en un autómata, con el último resquicio de sensibilidad que la vida le dejaba tener, contempló las tuercas en cada una de sus articulaciones y el hueco rojo de sus ojos.
Pero ya no le alcanzaba para espantarse.