13. INQUEBRANTABLES
Yo vivía el asombro de los seis años cuando vi un hombre negro por primera vez en mi vida. Me quedé muy serio y pensativo. Enseguida di por seguro que nadie le podría dar jamás un beso en la mejilla. Si lo hacían, se le cuartearía lo oscuro como si apretaras con el dedo un donut de chocolate. Era una imagen clara dentro de mi cabeza. Cavilaba sobre ello, cuando me sonrió de pronto, y estuve tentado de correr antes de, empezando por las comisuras de los labios, verlo desconcharse entero ante mí. Pero no, con incredulidad fui testigo de cómo la cara le volvía a su estado liso, sin una sola grieta en los mofletes.
Ahora que soy adulto, y el asombro no me ha abandonado del todo, cuando los veo como cazados en la alambrada, en las embarcaciones que arriban llenas de ojos o al encontrármelos buscando futuro en contenedores de basura, de inmediato me centellea aquel instante desde la niñez, aquella perplejidad mía, aquel no resquebrajarse suyo.
Recreas acertadamente ese primer encuentro de un niño con lo desconocido y ese temor tan reconocible para todos. Me da la impresión de que ese temor es el mismo que sienten ahora esos ojos de los que nos hablas aguardando las reacciones de los compañeros de aquel niño, ya crecidos. Enhorabuena y suerte, Miguelángel. Un saludo.
Tú lo has dicho, esos ojos, esos ojos. Son tan dolorosas sus miradas.
Gracias, por comentar, Jesús.
Miguelángel, me encanta tu historia, solo aparentemente sencilla de contar, y lo que dice. Suerte y saludos
La verdad es que quise hacerlo con la sencillez de aquel niño que era yo. Describirlo desde el asombró aquel que me causó. Y me causa.
Un abrazo, Calamanda.
La sencillez con la que nos guías por tu historia hace más llamativo el fondo de la misma, el título la completa.
Me gustó y me llegó.
Suerte.
Como le decía a Calamanda, he intentado contarlo desde aquella sensación, aquella inocencia de mi infancia. A veces es difícil no perderla por el camino. Y me refiero al escribirlo. Aunque también cuesta lo suyo al hacerte adulto.
Gracias, ReCompañera mía. Un abrazaco.
Si hay un tesoro que perdemos sin valorar su ausencia es la perplejidad infantil. Olvidamos demasiado pronto que los niños son sabios por naturaleza, aún sin contaminar, capaces de conmoverse y apreciar a esos seres que permanecen inquebrantables, cuando la mayoría de nosotros, en su caso, ya estaríamos resquebrajados. Un lenguaje fluido, una realidad cotidiana y un mensaje que llega sin necesidad de llamar a la puerta.
Un abrazo y suerte, Miguelángel
A pesar del análisis certero que haces, Ángel, me quedo con ese «mensaje que llega sin llamar a la puerta». A mí me llega el tuyo, sin duda.
Un abrazo
Los años infantiles son puro descubrimiento y asombro. Es lamentable que poco permanezca en la edad adulta. Me ha gustado mucho, Miguelángel.
Un abrazo.
La verdad es que escribir, recuperar momentos de la niñez en tu memoria te ayuda a reconciliarte con la inocencia perdida. A mí me sirve mucho. Siento que mimo al niño que fui. En serio.
Un abrazo. Y gracias por comentar, María José.
Por fin me atrevo a comentarte. Me había pasado antes con lo que denomino grandes del microrrelato, entre los que indudablemente te encuentras (aunque aquí todos seamos grandes a nuestra manera), el sufrir una especie de temor reverencial que, por fortuna, ya voy venciendo. Tu texto: diría que has manejado con toda destreza el arte de la concentración. En esa sonrisa del negro ante la mirada del niño, y su no resquebrajársele la cara, está todo el relato. Bueno, casi todo, porque qué bien dejas correr el tiempo y enlazas con la edad adulta del niño en cuestión en la que centellea, son tus palabras, aquel instante, asombro, perplejidad. Y luego esa fortaleza, bien calibrada (por esa persona de primera) de los que buscan futuro allende sus tierras natalicias. Has conseguido algo muy difícil, encerrar buena parte de una vida en una imagen. Pues como lo tuyo, para levantarse la tapa de los sesos y depositar el micro allí para siempre. Un fortísimo abrazo.
¡Uy, grande! Los grandes no participan en concursos, ya saben que lo son. En todo caso, soy antiguo, eso sí.
Gracias, Martín, por tu análisis. Gusta mucho ver qué se capta de lo que uno deja entre líneas; bueno, ya tú debes saber. Gracias, de verdad.
Y no te cortes, tú habla, en pelota somos todos casi iguales.
Un abrazo fuerte.
Vale, Miguelángel, seguiré tu consejo, por docto y antiguo, sabio. ¿Desnudos? Hombre, qué quieres que te diga, seguro que tengo menos nariz y mucho, muchísimo menos olfato. Abrazote.
Todos, desnudos, tenemos menos de todo. Es así.
Otro.
Tu micro me hace recordar al empleado de un taller que había junto a mi casa, era muy amigo de mi padre y nunca dejaba de sonreír. Aunque jamás pensé que sus mofletes fueran a resquebrajarse, para mí no había diferencia alguna.
Es un micro sencillo y perfecto. Y tengo que darte las gracias por hacerme volver a la niñez y recordar a una de las personas más amables que he conocido en mi vida. Uf, me estoy emocionando…
Un saludo
Para mí tampoco la hay. Y para el niño de mi relato, pasados los años, tampoco.
Gracias por comentar, Inés. Un abrazo.
La mirada de los niños siempre esconde sorpresas. Buen micro donde el título ha sido escogido perfectamente.
Saludos
Mirar a través de los ojos de un niño te descubre un mundo que siempre te suena, ¿verdad?
Gracias, Blanca. Abrazos, guapa.
Un relato bien contado lleno de ternura y duras realidades. Me encanta.
Abrazos fuertes.
Gracias, María, por comentar. Me alegro de que te guste.
Un abrazo.
Relato sensible para un tema muy doloroso, tod@s vemos las imágenes en la televisión. El otro día a Cartagena llegó una patera con personas muy agotadas y con gran sufrimiento reflejado en sus caras…
Gracias por compartirlo.
Producen siempre una tristeza infinita. Algún día la humanidad se arrepentirá de muchas cosas. O no.
Un abrazo, Cari.
Desde la visión de la inocencia hasta la madurez, no deja de sorprenderle esa imagen de tez oscura, esa lucha por la supervivencia, esos ojos que hablan desde una alambrada o dejan de brillar en el fondo de un contenedor.
Con tu maestría habitual, nos conduces por estas vidas desquebrajadas de sueños y esperanza.
Siempre es grato llegar a tu lectura, te llena de grandes historias contadas.
Un beso Miguelángel.
Gracias, MªBelén. Grata es tu generosidad para conmigo. Me alegro mucho de que te llegue tan claro el mensaje.
Un abrazo.
Imagen muy potente con aroma de chocolate amargo.
Eso es, Edita. Qué bueno, chocolate amargo, muy amargo. Tú lo has dicho.
Gracias por comentar. Un abrazo.
El niño y el adulto. Ambos ven al hombre negro asombrados, aunque por diferentes motivos. De la imaginación desbordada del niño a la cruda realidad del adulto. Tu evocación intencionada de la niñez, hace que la forma en que intentan entrar o malviven ya por aquí (los que llegan aún traen expectativas, pero la mayoría de los miles que ya están por Europa, en Francia, EE.UU, Inglaterra, España…, han perdido ya cualquier atisbo de esperanza de ser como el resto) destaque con más fuerza. Un buen texto, muy directo.
Enhorabuena y suerte
Como bien apuntas, siempre es más duro ver el dolor a través de los ojos de un niño. Me alegro haber conseguido en algo mi objetivo. Gracias, José Luis, por comentarlo. Un abrazo.
Hola Miguelángel. De maestro ese salto que narras en el tiempo, y acertadísimas las imágenes que nos regalas en este relato: ese donut de chocolate, el resquebrajarse…
Me encantó. Apuesto porque tendrá premio.
Un abrazo,
Ton.
Gracias, Ton. La verdad es que el nivel está muy alto. Aunque tampoco me preocupa demasiado ganar o no, el premio verdadero es que llegue y guste a quien lo lea. Hay algunos que no ganan y aún así, si los he leído y me encantan, felicito a sus autores por lo buenos que son esos relatos.
Un abrazo.