148. Inseparables
El viejo coronel recorre las calles cuando la luna alumbra, los cierres de las tiendas están echados, los cubos de basura rebosan, los bares escupen a los últimos borrachos y entre las sombras de algún portal entreabierto espera una mujer desesperada. Su fiel Relámpago no le pierde el paso desde hace un año, desde que lo recogió con los ojos apenas abiertos y aún sin dientes. Desde que le amamantó con un guante de goma y leche caducada. Cada atardecer, como un prodigio de seis patas, abandonan su esquina, cerca de la iglesia, inseparables. No es la mejor, esas se las quedan los fuertes, los que tienen perros más grandes, los violentos; pero da para unos tetrabrik de vino peleón y algo de comer que compran en el chino; sobre todo para el chucho que sigue creciendo. Mientras su dueño avanza arrastrando los pies, el perro va y viene, escudriña las aceras, con instinto cazador señala la pieza si olisquea comida entre las basuras, marca territorio sobre las puertas de los garajes, espera, si al viejo le despachan en alguna tasca inmunda o si las monedas que quedan, y el vigor, le alcanzan para una mamada en aquel portal perdido.
Hola, Juancho.
Un texto el tuyo donde se funde la realidad sucia con la ternura. En el ecosistema de los mendigos impera la ley del más fuerte, como en todos los ecosistemas. Y la del dinero, hasta para comprar un Eros devaluado. Es en buena medida un texto denuncia. Un grantexto en definitiva. Un abrazote.
Los perros saben ser agradecidos cuando son bien tratados. El de tu relato lo ha sido en la medida de las posibilidades del dueño, que no eran muchas; tampoco ese submundo urbano prometía, pero es inteligente y sabe adaptarse, hasta el punto de hacerse inseparable de un vagabundo en toda circunstancia, aquel que le dio todo cuanto pudo. Es curioso ese reparto de esquinas, de mejor a peor, en función de la fuerza del perro que acompaña al mendigo.
Un abrazo, Juancho, Suerte