78. Inspiración
El escritor novel se presentó esperanzado en el campo de Criptana. Con la fresca del día siguiente y las muchas cuartillas que llevaba en un zurrón, anduvo por la llanura mientras los ojos se le llenaban del lila alegre y las narinas de un aroma especiado. Las esbrinadoras bregaban con la flor; le susurraban un buenos días avaro para no perder tiempo en la recogida del azafrán. Una observó su enclenque figura y él se ruborizó con la mirada de aquella Dulcinea. Caminó algún tiempo sin rumbo hasta toparse con los gigantes. A la boca le vino un regusto a Quijote y a los oídos el parloteo tosco del panzudo Sancho. Sacó papel y una pluma de ganso que había adquirido para empezar la novela. Convocó a las musas, que no acertaban a llegar. En la espera, se quedó dormido. Despertó con el estrépito de un viento de vendaval. Las decenas de folios volaron en todas direcciones, pero se quedaron enredados en las aspas del molino bajo el que hizo la siesta. La pluma acabó en un lodazal. De algún rincón escondido del paisaje se vinieron a ráfagas miles de risotadas. Y él, maltrecho, se volvió a la capital.
Hasta Cervantes fue una vez escritor novel a la espera de inspiración, la manera en la que esta llega y el momento en el que lo hace es algo siempre misterioso y caprichoso para cualquiera, aunque en el caso que nos ocupa quedó claro que la visita de las musas se produjo y de forma muy feliz.
Un abrazo y suerte, Mei
Me gusta ese paralelismo entre la locura del Quijote por leer libros de caballerías y la de este lector en proyecto por leer el Quijote y quererse parecer a su autor. El final, que ni pintado.
Hola, Mei:
Nos centramos en el Cervantes que escribió su novela inmortal, y nos olvidamos de ese joven escritor novel que no podría ni imaginar que acabaría pasando a la historia.
Un abrazo y suerte.