79. Interinidades
Aquel día lloró. Lloró hasta alcanzar el orgasmo. Una sucesión de llantos extraños que nunca antes había proferido, al menos en mi presencia. Sus gemidos parecían los de una gata en celo, el vaivén enloquecido de una puerta mal engrasada movida por un viento anónimo y dispar. Dos gotas reverdecidas colgaban de sus lacrimales, profundos como siempre, sin llegar a caer del todo, exentas de las leyes de la gravitación y de la hidráulica. Después, cuando me vacié en ella, se dejó caer sobre mi pecho. Tardamos un buen rato en romper aquel silencio. No encontramos explicación a lo ocurrido; tampoco le dimos importancia. No era el primer polvo raro que habíamos echado. Sin embargo, volvió a ocurrir en cada coito, hasta que ninguno de los dos pudimos soportarlo más y el sexo se convirtió en un paraguas colgado de una percha en tiempo de sequía. Consultamos con un especialista que nos descubrió una fobia cruel e inesperada: una pena intangible al copular con la persona amada. Decidí buscarle otros amantes y observarles mientras yo me auto satisfacía. Todo iba bien hasta que llegó él, y volvieron los maullidos de gata, el chirriar de puertas, la ingravidez de sus lágrimas
Debe de haber tantas fobias omo personas, esta convocatoria da cuenta de muchas, algunas casi impensables, pero regidtradas, por lo que no sería de extrañar que esta, tan particular, existiera, aunque lo sustancial es lo que sucede, ese cambio de sentimientos, detectable con detalles concretos,, como también la originalidad del planteamiento.
Un abrazo y suerte, Juancho.