JUL19. MI ABUELA JULIA, de Sergio Sanmartín (Samuel Osda)
Fue mi padre el que llamó para decirme que la abuela había muerto. Ni me atreví a preguntarle cómo estaba mamá. Cuando entré en la sala del tanatorio la vi sentada, hablando con un matrimonio mayor, creo que eran familiares, no lo sé. Me acerqué y la abracé; se la veía tranquila. Es cierto que nos lo esperábamos, que con cada ictus la abuela huía de nuevo a ser niña, pero me impresionó igual, ver a mamá tan entera, tan aliviada. Entonces, me cogió la mano:
—¿Quieres entrar a verla? —me dijo.
Dije algo borroso y salí a fumar. La observé desde afuera: cómo entraba en la pequeña habitación y cómo salía. Empecé a sudar y entonces vi una luz anaranjada en el techo que apuntaba hacia mí. Tiré el cigarrillo al suelo y en cuatro zancadas me planté en el rellano de la pequeña habitación. Ahí me quedé, clavado, observando mi reflejo en el barniz de la puerta. Di la vuelta y salí a la calle, encendí un cigarrillo y me quedé mirando como el humo ascendía en bucles hacia el calefactor. Me recordaba tanto a su pelo que tuve la necesidad de alargar la mano… casi podía tocarlo.
Muy potente la imagen de ese humo/pelo.preciosa. evocadora….me encanta.
NO se si es real, o ficción, pero si creo que la relación abuelos/nietos es muy fuerte. Y por tanto su pérdida también.
Saludos. Asunción B.
Entiendo que no le apetece verla aunque a la vez tiene impulsos de hacerlo.
Me ha gustado