JUL68. ESTALLÓ, de Eva Galindo
Los cielos de azules incombustibles se sucedían. No había nubes ni brisa y los ánimos igual de acalorados estallarían a mediodía al compás de las repetitivas ametralladoras. Aquel pueblo desde hacía meses se movía al ritmo de la guerra. Cerró los ojos y visualizó cada imagen y cada palabra disponible para lograr atrapar la atención en hogares de ese otro mundo tan alejado de la destrucción que vivía a diario. Esa misma noche los rebeldes habían convertido la oscuridad en refugio delirante para sembrar la muerte. La calma que ahora dominaba las carreteras polvorientas era una mala señal. Las calles normalmente bulliciosas y pasto de las brigadas de a pie, conformadas por niños y jóvenes que establecían controles en latas de gasolina atadas por una cuerda a modo de barrera, estaban desiertas. No podía dejar de pensar en las dos niñas asesinadas por su propio hermano convertido en rebelde. El calor sofocante le ahogaba. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía superado. El silencio se fundió con el sonido de la luz roja que indicaba su entrada en directo y los latidos de su corazón. Entre dientes, masculló: – “Preferiría no hacerlo”.