JUL98. UN SOL IMPLACABLE, de José Luis González Martínez
Se concentraron como tantas otras veces.
En el centro, amigas, Gloria, Mariana, Desireé…
En los laterales, el resto. Caras de preocupación, gestos de preocupación, pensamientos de preocupación: cuándo acabará este goteo.
Y el sol en medio, como una bestia solidificada en lo alto. Habría salido temprano, sí, pero ahí seguía implacable, como un apósito de verano, hasta la correa del reloj chinchaba. ¡Qué horror!, llegaremos a 43, hay que beber agua, dicen.
— Pobrecilla, dependencia afectiva, no podía dejarle —comenta Ángel, gerente de la conservera.
—Sí, es como dejar el crack, imposible —remata Juan, el contable.
En la esquina Mariana se desgañita: ¡Sí se puede, sí se puede, sí…!
—Calla, chica, no ves que sólo se te oye a ti. Además eso no toca hoy. Haber traído flores —grita Desi, desde atrás.
—Cómo que no. A Domi le han sugerido perejil si quiere seguir embotando —desafía Mariana—, y a Lauri la han botado.
Suena el cuarto en el reloj de la iglesia. Mientras resoplan el final del homenaje hacen visera con la mano y miran rabiosos al sol, como si fuera el culpable de no saben qué.
Pero él sigue su curso implacable aunque, a veces, preferiría no hacerlo.