JUN36. VENGANZA, de Emilio Magdalena García
Nadie fue a su entierro. Ni las nubes, ni el sol, ni siquiera la luna con la que solía jugar al escondite. No hubo plegarias de duelo. Ese día además, los pájaros extrañamente se despistaron, y tampoco se vieron flores por allí.
Sólo un rígido ciprés fue testigo del adiós para siempre del viento.
Lejos de allí, apuntando en dirección contraria al camposanto, la veleta sonreía.
Sugerente y abierto. Me gusta mucho.
Hoy que sopla con ganas por aquí, quizá se esté despidiendo de nosotros!! Me gusta la sonrisa delatora de la veleta.
Paloma Hidalgo
Si es qu no te puedes fiar de una veleta de pueblo, Emilio, y las peores son las de campanario, están algo sonadas.
Juagnado con tantos elementos del viento y tan bien. Lo del ciprés y l aveleta es antológico y alegre al mismo tiempo. Suerte.