27. JUNTOS LO CONSEGUIREMOS
Aquella tarde de verano se mostraba dispuesta a aceptar todas las correrías de los chiquillos del barrio.
Con José Manuel, como líder nato, y sus amigos Manolín, Luís y Nacho compartíamos juegos las cuatro hermanas del capitán: Carmen, Montse, Pilar y María, acompañadas de nuestras amigas Chus, Chichi y Luisa.
Hoy, tocaba hacer una cabaña donde jugar y guarecernos de la lluvia en el próximo otoño.
Tomó las riendas el capitán, que empezó a repartir las tareas: «Chicos, vosotros que sois más fuertes id a por cajas a las tiendas, sobre todo si son de madera, y a por largueros de madera en las obras del barrio. Vosotras, chicas, recoger por estas huertas hierbas y paja para ponerle al techo».
Dicho y hecho, como lagartijas hacendosas y hormiguitas obreras buscamos afanosamente las materias primas para nuestra obra, mientras José Manuel sentaba las bases de la chabola improvisada.
La tarde se nos fue haciendo corta mientras observábamos con asombro como tomaba forma.
Cuando las madres empezaban a gritar nuestros nombres para que regresáramos a cenar, el refugio estaba en pie, anhelante de que lo habitáramos chiquillos alegres y felices, mientras nosotras abrazábamos a nuestro hermano, orgullosas.
Aunque suene a tópico, es muy cierto eso de que «la unión hace la fuerza». No obstante, el hecho de remar en la misma dirección, siendo importante, no es lo único. Es necesario un liderato, una coordinación, alguien que sepa qué hacer y cómo distribuir el trabajo, además de hacerse respetar por el resto para que todo funcione como un reloj, algo que se ve muy bien en tu relato. Algo que he visto yo también, a nivel personal, han sido unas vivencias muy parecidas a las mías en mi infancia. Esos refugios que construíamos tal vez fuesen precarios y efímeros, pero eran nuestro primer espacio propio, una seña importante de identidad.
Un relato para la nostalgia, con la fuerza de la unión.
Un abrazo, Gloria. Suerte
Muchas gracias, Ángel. Has entendido muy bien lo que he querido describir, esa unión, esos espacios propios conseguidos con el trabajo en común, esos momentos tan gratos compartidos siempre en la calle con otros niños, que eran nuestra segunda familia. Un abrazo, Ángel
Me siento reflejado. ¿Quién no ha hecho una de aquellas casetas en su infancia? Muy bien contado.
Muchas gracias, Antonio. Y lo que disfrutábamos en todos los momentos recopilando materiales en las tiendas y en los contenedores, proyectándola y haciéndola todos juntos y luego convirtiéndola en nuestro lugar de reunión. ¡Qué momentos aquellos tan felices!