44. Kintsugi (Salva Terceño)
Hiroshi Nakata nació en Sendai pero pronto se mudaron a Kioto.
Cada vez que regresa vuelve a sentirse niño. Recuerda el día que rompió un jarrón. Su madre recogió los trozos y los pegó con oro, como si resucitara una vida.
Antes solía llevarla y repetía una y otra vez:
—Esta fue nuestra casa, Hiroshi.
Ahora está demasiado débil y Michiko dice que Sendai aburre a los niños.
La casa parece resistir, no como él. Desde que Michiko le dejó ha adelgazado y sonríe menos. Kaito ya sobrepasa su altura y suele acompañarle. Kenji nunca puede. Se llevan fatal. Algo se ha roto también entre ellos.
El día de su jubilación entró su jefe al despacho.
—¿Aún sigues aquí, Nakata? —dijo.
Esperaba una despedida más honorable. Le entristecen tantos cambios en su país, aunque nunca llora hasta llegar a casa.
Kaito trabaja mucho y, desde que se separó de Jin, necesita dejarle a Nori. No le importa que lo lleve a Sendai. Los paseos siempre terminan en su calle, ante la vieja casa agrietada.
—En esta casa vivía yo a tu edad, ¿sabes, Nori? —le dice.
Nori nota la mano del abuelo apretando la suya.
—Entonces no tenía tantas grietas.
Por mucho que todo esté globalizado, a los occidentales nos sigue fascinando cuanto llega de Oriente, como si se tratase de otro mundo. Reparar cerámica con polvo de oro en Japón simboliza las cicatrices que la vida va dejando de forma inevitable, también, que ésta continúa, por lo que tiene una lectura positiva. Sin embargo, a tu protagonista, no solo parece que las grietas no se le terminan de cerrar, sino que cada vez se le abren más: el trabajo al que tanto dedicó y tan poco le agradecen, la mujer que le abandona, los hijos con los que apenas trata, salvo con una nieta que le dejan al cuidado. La casa en la que fue niño también acumula deterioros.
Siempre es deseable saber mantener una actitud animosa, a prueba de adversidades, pero a veces las hendiduras son demasiadas y muy profundas. Admitir que todo tiene su ciclo tal vez sea la mayor de las sabidurías, como la que destila tu relato, muy bien ambientado, con una tristeza y nostalgia que va ganado terreno, sin que el personaje puede hacer mucho por evitarlo, más que aceptarlo como parte de la existencia.
Un abrazo y suerte, Salva
No te lo creerás, Ángel, pero siempre espero tu amplio y meditado comentario, pues siempre aportas pinceladas, hallazgos, desentrañamientos… de cositas que andaban por ahí sembradas, soterradas, ni siquiera insinuadas… Siento que el relato crece y se enriquece y es un regalo brutal.
No me extraña que llegaras a ser Enteciando de Honor.
Abrazo fuerte y cuidate, amigo.
Hola Salvador. Grietas, cicatrices en casas, cuerpos, familias. La mano de una madre o de una nieta que cura algunas, las minimiza y evoca. Recuperarse de las heridas. Imágenes que se repiten en el tiempo. Que maravillosa forma de conducirnos por las vidas de Nakata alrededor de esa casa en Sendai. Hasta los nombres parecen bien elegidos. Precioso relato.
Muchísimas gracias, Rafael! Celebro que te haya gustado… Es complicado escribir sobre la melancolía sin caeren clichés de drama y de tristeza transitados. Quizá por eso me habrá pedido el cuerpo irme al otro extremo del mundo… Y hablar de gentenormal,con problemas normales, ya sabes.
Gracias de nuevo.
Un abrazo.