72 LA ELEGANCIA (fuera de concurso)
Las mujeres de mi familia siempre han ido bien vestidas.
Nadie sacaba tanto partido a un delantal como mi abuela cuando preparaba las rebanadas de pan frito para el desayuno. En ninguna revista de moda he podido encontrar una famosa que luciera mejor un vestido negro que ella, sentada en la mecedora con su biznaga adornando la solapa.
Mi madre heredó esa habilidad para elegir la indumentaria más adecuada en cada ocasión. Un traje sastre para misa, el conjunto de seda en las bodas y la bata de guatiné rosa para estar por casa, a juego con los guantes de fregar los platos.
Desde pequeña lo intentaron también conmigo. Faldas de cuadros escoceses para el colegio y blusas de popelín los domingos. Hasta que mi armario se llenó de vaqueros desteñidos que usaba tanto para ir a conciertos como para salir de fiesta y ellas tiraron la toalla.
Desde hace semanas llevo mis mejores galas a trabajar. El pijama blanco con un tenue aroma a lejía, la mascarilla quirúrgica tapándome la cara y un mono impermeable cubriéndolo todo. Me pregunto qué dirían ellas si me vieran. Y qué se pondrían para asomarse a las ocho al balcón .
La elegancia no es solo una opción a la que muchas personas pueden intentar, mediante una cuidada selección de la ropa, también es un don natural que se tiene o no. Tu protagonista no ha heredado ese talento de su madre y de su abuela, pero si que ha elegido una profesión que ha demostrado, más que nunca, su capacidad de entrega y sacrificio hacia los demás, aunque esas vestimentas a base de plástico quizá no luzcan en una pasarela de moda con el glamour que tienen otras. Seguro que madre y abuela se pondrían las mejores galas y aplaudirían con todo el ímpetu y orgullo posibles en el balcón.
Tu relato puede que esté «fuera de concurso», pero está muy dentro de la vida y está escrito por alguien que sabe muy bien de lo que habla.
Un abrazo, Asun
Me emociona tu comentario, Ángel, tan cariñoso como siempre. He aprovechado que este mes participo fuera de concurso para hacer un pequeño homenaje a las que fueron las dos mujeres más importantes de mi vida. Espero que, como dices, se sientan orgullosas de mí. Aunque les horrorizaría verme con el “modelito” puesto.
Un beso.
Estarían orgullosas, sin duda. Como cualquiera que te conozca.
Un abrazo.