121. La gramática de los dioses
Te apasiona leer. Acabas de comprar una novela y no puedes esperar a llegar a casa para empezarla. Entras en el metro, coges la línea circular y, en cuanto encuentras un sitio libre en el vagón, la abres. Trata de un escritor que está escribiendo una novela sobre un tipo que a su vez está leyendo una novela sobre un escritor. De repente el convoy se detiene. Entonces, te das cuenta de que llevas horas y horas –el tiempo apenas transcurre cuando lees– dando vueltas en el metro. Levantas la cabeza. No queda nadie en el vagón. Intentas salir, pero las puertas no se abren. Por un momento piensas que a lo mejor no existes y que quizás solo seas un personaje más, producto de la imaginación de un escritor, que a su vez es imaginado por otro escritor, que todos yo, tú, él, incluso ella, somos seres de ficción, que el mundo, tal como lo conocemos, solo es una novela interminable y que eso que llamamos Dios es, en realidad, un escritor mediocre, hasta que por fin las puertas se abren y la vida –o la novela– sigue su curso.
Todos somos protagonistas de una historia que creemos escribir cada día, mientras que a su vez formamos parte de una gran novela colectiva, atrapados en una línea circular que no sabemos cuando llegará a su fin.
Un planteamiento muy elaborado y que hace pensar.
Un abrazo, Ernesto. Suerte
Mucha razón tienes Ángel en tu comentario. Ernesto, gran relato. Saludos, Antonio Ortuño
Un personaje que es imaginado por un escritor que a su vez es un personaje imaginado por otro escritor que no es otro que el(los) Escritor(es) Supremo(s). Un micro, dentro de un micro, dentro de un micro… ¡Toda una caja china, ERNESTO! Y el título, la frutillita de la torta… ¡Me encanta!
Te requetefelicito.
Cariños,
Mariángeles
Ernesto, está muy bien tu reflexión y la historia. Suerte y saludos